Las Crónicas de Gustav

Para los que leéis todas la novelas, y las devoráis aunque la cera de las velas se agote.

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igest
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Jacques el arcabucero escribió:En cuanto a eso de leer y escribir es muy cierto lo dicho por el camarada Igest. Muchas veces pasamos de eso, pero puede ser vital para un grupo de pjs saber o no leer algo a tiempo. Se me ocurren un buen par de ejemplo, pero no voy a machacaros con mis batallitas jejeje...
Bueno, pues a ver si te cuentas alguna de esas batallitas y yo a ver si rescato un articulo que escribi hace tiempo y que estaba en una de las antiguas versiones de IGARol precisamente sobre el tema de leer y escribir y como usarlo en el juego.
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Van Hoffman
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Mensaje por Van Hoffman »

Añadido fragmento final con la carta.
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Van Hoffman
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Mensaje por Van Hoffman »

Si creíais que las Crónicas de Gustav habían muerto, estabais equivocados.

Más y mejor ;)


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Al día siguiente, nos pusimos los cinco en marcha, de nuevo, rumbo a Nuln. Antes de marchar, le dejé al posadero la carta que había escrito Erika, junto con un par de chelines por las molestias. Me dijo que la mandaría con el próximo mensajero que pasara por la posada. Supuse que mi abuelo tardaría casi una semana en recibirla. Pobre hombre, una semana sin saber qué había sido de su nieto, su única familia. Me sentí muy triste en aquel momento.

Aprovechamos que la posada estaba en la rivera de un pequeño afluente del Reik, y le pagamos a un barquero para que nos llevase a Nuln. Lo que habrían sido varios días a pie, se convirtieron en unas horas en barca. El viaje, que fue de un tirón, con una pequeña parada para comer, fue bastante tranquilo. Yo escuchaba embobado las historias de Halman, mientas que Hans y Dwalgrim fanfarroneaban. Por primera y última vez, mi atención se desvió de Erika y se centró en el veterano. Pronto, las historias de Halman, que tan fantásticas me parecían, palidecieron frente a los peligros que pasamos. El echo es que en aquella travesía, Erika se distanció de mí, y cuando llegamos a Nuln noté cierto resentimiento.

Llegamos a la ciudad tras anochecer. El barquero nos dejó a un rato a pie de las puertas. No tenía ganas de pagar el impuesto de atraque, así que tuvimos que continuar unos minutos caminando, lo cual tampoco fue malo del todo, pues llevábamos muchas horas en la barca, y nos convenía estirar las piernas. Le pagamos al hombre lo que le debíamos y entramos en Nuln. He de reconocer que la grandeza de la ciudad me sobrecogió. Siempre había pensado, pobre ingenuo de mi, que Herburg era la ciudad más grande y bella del Imperio. El Gran Palacio de la Condesa, la famosa Universidad, el Colegio de Ingenieros... Todo aquello me deslumbró.

Sin mediar palabra, Erika nos guió a un piso donde vivía un amigo suyo, otro defensor del pueblo. Cuando llegamos, no había nadie en casa, y aquel detalle parecía preocupar a Erika. Esperamos durante casi una hora, cuando la puerta se abrió. Era un hombre joven, poco mayor que Erika o que yo mismo. Vestía de la misma manera que la chica, y parecía cansado y preocupado.

- ¡Bernard!

- ¡Erika! ¡Por la gracia de Verena! ¿Qué haces aquí? -cuando la vio, le dio un fuerte abrazo, pero fue un abrazo de amor fraternal. A pesar de ello, debo reconocer que sentí celos en aquel momento.

- Traigo malas noticias de Herburg. Nuestro plan de atraer a las pequeñas ciudades no ha funcionado, por lo menos allí. ¿Qué tal todo por aquí?

- Aquí las cosas han empeorado desde que te marchaste. Han empeorado mucho -el tal Bernard nos llevó a un salón, y se sentó, cansado, en un sillón de madera-. Poco después de marcharte, la Condesa Emanuelle creó una nueva organización de policía secreta, la Lehre, que se dedicó a perseguirnos. Al principio solo saboteaban nuestros discursos. Luego empezaron las redadas y nos detenían para meternos en prisión. Perdimos a muchos en aquellas primeras redadas. Sin embargo, cada día iban más allá. Empezaron a torturar a los prisioneros, para sacarles información sobre nuestros pisos francos, locales o informadores. Algunos morían, pero algunos sobrevivieron. Yo mismo sobreviví a sus torturas. Pero ahora, ahora se han pasado de la raya. Ahora, directamente, nos asesinan. ¡Nos asesinan, Erika! Estamos desesperados...

Bernard se llevó las manos a la cabeza y la dejó caer. Erika se le acercó y le puso la mano en el hombro. Si en aquel momento hubiese sabido lo que nos esperaba, habría salido de allí corriendo. Pero no fue así. Me quedé, y escuché lo que Bernard dijo.

- Pero tenemos un plan Erika. No nos vamos a quedar de brazos cruzados ante la corrupción y ahora también los asesinatos y las torturas. Vamos a dar un golpe de efecto, les dejaremos un mensaje a los de la Lehre.

- Cuéntame, Bernard, ¿qué pretendéis?

- Vamos a asesinar a uno de sus agentes. Pero no solo eso. Dejaremos el cadáver colgado del Deutz Elm, en la Reiks Platz. Así sabrán que no nos andaremos con chiquitas. Si ellos vienen a por nosotros, nosotros no nos quedaremos de brazos cruzados e iremos a por ellos. Además, hemos estado planeando un golpe desde hace tiempo, desde que empezaron las torturas. La Lehre tiene una prisión propia donde llevan a los que capturan y los torturan hasta la muerte. Pues hemos conseguido robar unos cuantos barriles de pólvora de las fabricas de cañones, y pretendemos volar el edificio, o por lo menos parte de él.

En aquel momento, miré las reacciones de mis compañeros. Evidentemente, Erika parecía de acuerdo. Habían estado torturando y matando a sus amigos, y estaba seguro de que quería vengarse. Por otra parte, el rostro de Hans era mucho más diferente. Parecía enfadado, como si lo que estaba escuchando atentase directamente contra lo que él creía. En aquel momento, temí que desatase su ira contra el pobre Bernard. La reacción de Halman fue muy diferente. Mostraba resignación y apatía. Más tarde me dijo que él había vivido tantos horrores en la guerra, que los problemas internos de las ciudades le parecían juegos de niños a lado de los peligros exteriores. Por último, contemplé el inescrutable rostro del enano Dwalgrim. Todo aquello parecía no importarle, como si los problemas de los humanos no fueran con él. Yo, por mi parte, me debatí entre mi espíritu de miembro del cuerpo de vigilantes de Herburg, y el amor que sentía por Erika. Finalmente, mi espíritu sucumbió a mi corazón, y decidí ayudarlos.

Nadie dijo nada, a excepción de la muchacha, que se mostró de acuerdo con Bernard. Acabada la conversación, cenamos y nos hospedamos en un hostal cercano. Erika, sin embargo, se quedó en casa de Bernard, lo que no hizo más que aumentar mis celos. Mientras cenábamos en el comedor del hostal, hablamos de lo que se proponían aquellos inconformistas.

- Creo que deberíamos ayudarles -empecé yo-. Han sufrido mucho, y no se lo merecen. Solo quieren expresar su opinión y sus ideales. No creo que sea justo que mueran por ello -en aquel momento, me creía todo lo que me había contado Erika, y que más adelante, vería con mis propios ojos.

- No creo que sea esa la manera adecuada, Gustav -el que habló fue Halman-. Combatir el fuego con fuego puede ser muy peligroso. Estoy de acuerdo en que la Condesa se ha pasado, pero eso no es razón para responder así.

- Bah, menudo argumento más absurdo -la voz atronadora de Dwalgrim interrumpió a Halman-. Si la Condesa ataca, es justo que ellos contraataquen. Yo lo haría...

Hans dio un golpe en la mesa.

- ¡Pero eso es traición! -todos miramos al sacerdote sorprendidos y a la vez asustados- Alzarse contra la nobleza quebranta los principios de unión del Imperio.

- Pero Hans, la Condesa les ha tratado como si no fueran personas. No les dejan dar sus opiniones, ni de expresar sus ideas. Yo no lo encuentro justo, y también defiendo como tu la unidad del Imperio.

- El chico tiene razón -me sorprendí de que Dwalgrim estuviese de acuerdo conmigo-. Tenemos que ayudarles. ¿Tu que crees, Halman?

- Me temo que tendré que ayudaros, ¿verdad amigo mio? -el veterano sonrió de resignación.

Los tres miramos a Hans, preguntándonos qué diría, y esperando haberle convencido. Finalmente, habló.

- Lo siento muchachos, pero me niego a participar en esta mascarada. Haced lo que queráis, pero no contéis conmigo. Yo me quedaré aquí y haré unas cosas que tengo pendientes, y cuando hayáis acabado, ya volveremos a vernos.

En aquel momento, la lucidez y muestra de comprensión de Hans nos sorprendió a todos. Más adelante, volveríamos a presenciar estos extraños momentos, que sin duda demostraban que aún quedaba algo de cordura en el sacerdote. Sin más, acabamos de cenar y nos acostamos, sabiendo que el día siguiente sería largo y estaría lleno de emoción.
Última edición por Van Hoffman el 23 Ene 2009, 17:10, editado 1 vez en total.
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Mensaje por Saratai »

Me está gustando mucho la historia. Ya tengo curiosidad de como les va a ir a los aventureros con la Condesa ^^
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Mensaje por igest »

Yo todavía no he podido sacar el tiempo para echar un vistazo a esta ultima parte, pero por Sigmar espero encontrarlo pronto, que las anteriores entregas me gustaron mucho.
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Van Hoffman
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Mensaje por Van Hoffman »

Al día siguiente nos reunimos con Erika y con Bernard en casa de éste. No nos tomamos mucha prisa. Desayunamos tranquilamente y dimos un relajante paseo hasta llegar a la casa. Sabíamos que nos esperaría un día duro, y queríamos empezar la jornada con buen humor.

En casa de Bernard nos esperaban otros dos hombres amigos de Erika. Con el tiempo, conseguí averiguar algo del pasado de Erika. Ella era natural de Streissen, una ciudad averlandesa, que hacía ya muchos años vio como las tropas de la Condesa Ludmilla acababan con las vidas de decenas de estudiantes de la Universidad tras una pequeña revuelta. Desde entonces, un fuerte espíritu revolucionario se había asentado en la Universidad, y con el tiempo, Streissen recuperó su fuero perdido tras la intervención de la Condesa. Pues resulta que Erika y un grupo de amigos suyos de la Universidad decidieron tratar de cambiar las cosas en el Imperio, y marcharon a Nuln y a Averheim. Erika contactó con estudiantes de la Universidad de Nuln, y cientos de estudiantes se unieron a ellos. De eso hacía casi un año, y en tan poco tiempo, ya habían conseguido ganarse el odio de la anciana Condesa Emanuelle.

Y allí estábamos nosotros, cuatro viajeros errantes que se disponían a ayudar a un grupo de jóvenes revolucionarios.

- Bienvenidos -empezó Bernard-. Ya está todo planeado. Nos han dicho que el agente pasará cerca de la Reiks Platz, lo que agilizará las cosas. Solo irá armado con una espada y estará solo. Todo esta preparado para actuar a media noche. Un grupo deberá preparar la soga en el Deutz Elm, y otro tendrá que acabar con el agente y llevarlo a la plaza. He pensado que Erika, Gustav, Halman y yo nos encarguemos del agente, y que Dieter, Armin -los otros dos estudiantes-, y Dwalgrim preparen la soga.

- Me parece un buen plan -comenté yo-. Pero... ¿no tendríais algo para ponerme? Es que no me hace gracia pasearme por Nuln con el uniforme del cuerpo de vigilancia de Herburg... -el sarcasmo de la frase fue completamente involuntario.

- Por supuesto, ven, te daré algo de ropa que tengo por aquí guardada.

Bernard me condujo a una habitación, y me dijo que en el armario encontraría algunas de sus prendas que podría usar. Cuando me acabé de cambiar, parecía uno más de los compañeros de Erika. Bueno, cualquier cosa era mejor que asesinar a un oficial de la Condesa con el uniforme de vigilante.

Durante el resto del día nos preparamos emocionalmente para lo que iba a acontecer por la noche, y poco antes de la media noche nos dirigimos al lugar donde debería pasar el agente. Se trataba de una estrecha calle poco transitada. Halman y yo debíamos bloquear la salida fingiendo una riña entre borrachos, mientras Erika y Bernard lo dejaban inconsciente desde atrás.

Finalmente, llegó el momento, y cuando divisamos al agente al fondo de la calle, Halman y yo empezamos a discutir.

- Por favor, buen hombre, le ruego que se limite a pagarme lo que me debe y se marche. En nuestra posada no queremos más incidentes como este.

- Pero bueno... hic... que clase de sitio es este que uno no pué beber tran... ¡hic!... quilo... Sholo dejame un poquillo más...

El agente se iba acercando poco a poco.

- Por favor, si no me paga y se va, llamaré a la guardia, se lo advierto.

En aquel momento, Halman se irguió, siempre fingiendo estar bebido, y me amenazó con el puño.

- Puesh si no me dah de beber... hic... te hundiré el puño en la barriga. Así... ¡hic!

Y justo antes de que Halman me arrease un puñetazo en el estómago, la mano del agente paró el puño.
- ¿Qué sucede aquí? En nombre de la Condesa, explíquense.

- Oh, agente, gracias a Sigmar que apareció. Este hombre se niega a pagarme -por el rabillo del ojo vi a Erika y a Bernard como se acercaban- y no solo eso, ha montado un escándalo en la posada de mi padre, y no puedo permitir que continúe estorbando.

El agente miró por encima de mi.

- ¿Pero qué dices, chaval? Si aquí no hay ninguna posada...

Y en aquel preciso momento, justo antes de que nos descubriera, Bernard dejó inconsciente al agente de un seco golpe en la cabeza con un garrote. Halman y yo nos apresuramos a atarlo con las cuerdas que nos arrojó Erika, y una vez atado, lo cogimos, Halman de la cabeza y yo de los pies.

- ¡Deprisa! Dieter y Armin ya deben tener la soga lista.

Con Bernard vigilando a unos pasos por delante, y Erika a unos pasos por detrás, llegamos en pocos minutos a la Reiks Platz. Allí vimos la soga y a uno de los compañeros de Bernard. Llevamos al agente hacia el gran árbol, y entre los tres lo elevamos mientras Bernard y Erika vigilaban.

- Armin y Dwalgrim también están vigilando por si viene alguien -dijo Dieter mientras sujetaba la soga.

Una vez lo colocamos, lo dejamos caer. Ignoro si el agente despertó o no, pero tras unos espasmos, murió. En aquel momento, Bernard volvió con un pergamino que clavó con una daga en el pecho del agente muerto.

- ¿¡Qué haces!? -pregunté espantado con un susurro.

- Es nuestra advertencia. ¡Rápido, larguémonos!

Corrimos por diferentes caminos pero siempre hacia la casa de Bernard. Yo me fui con Dieter, y recogimos de camino a Dwalgrim. Dimos muchas vueltas, y finalmente, casi media hora más tarde, llegamos al punto de reunión. Eramos los últimos. Cuando ya nos tranquilizamos un poco más, le exigí saber que ponía en el pergamino a Bernard. La respuesta fue corta y concreta: “No podréis con nosotros”. Aquella noche no dormí tranquilo.
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