Heinrich Messner II: En busca de la Verdad

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Saratai
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Heinrich Messner II: En busca de la Verdad

Mensaje por Saratai »

El amanecer estaba cerca, y la hora del juicio a los mutantes también. Messner y Azelhof corrian hacia el Palacio de Justicia. Nombre erróneo para el negruzco edificio, pues ni era una mansión ni hacia honor a la verdad. Sin embargo, muchos hombres hacian de él sus esperanzas, ansiando que los protegieran de las injusticias y las maldades humanas.

Y habia gente muy dispuesta a intentarlo, o aprovecharse de los demás en el intento. Cuando Heinrich y Pieter llegaron, unos muchachos colocaban panfletos reivindicativos. Al parecer, dentro de unas horas algún politicucho daria un discurso, y los adolescentes seguramente estarian en contra. La vida ya les pondria en su sitio.

Fuera como fuera, las puertas del lugar dónde Messner trabajaba estaban cerradas a cal y canto. De no ser por la llave que éste poseia los dos hombres se habria quedado con las ganas de entrar. Pero Heinrich tenia permiso para acceder al recinto y ambos entraron facilidad. Ahora tenian el edificio a su entera disposición.

Pieter Azelhof

-¿Qué se supone que vamos a hacer aquí letrado? No creo que los Quober y los mutantes hayan venido a entregarse de la mano.
Última edición por Saratai el 04 Mar 2009, 10:51, editado 3 veces en total.
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Heinrich Messner

Messner corrió por las calles de Averheim, echando la vista atrás cada poco para comprobar si Pieter le seguía. Cuando la mole del Palacio de Justicia se alzó ante él, suspiró con tranquilidad. Puede que el nombre de Palacio no le cuadrase, por lo menos por fuera. En realidad, era un antigua Castillo (no demasiado estético por fuera, todo había que decirlo, y además el humo de las múltiples fraguas cercanas había ennegrecido su fachada), que había estado abandonado durante muchos años, cuando sus legítimos dueños se fueron por alguna razón. El verdadero Palacio, una antigua mansión, había sido pasto de las llamas, y el Juez Supremo y el Fiscal de la Ciudad decidieron mudarse a este castillo. Por dentro, sin embargo, sí estaba mucho mejor cuidado (por lo menos los niveles por encima del suelo). Habían cambiado los suelos, arreglado las paredes, comprado mobiliario, mesas, cuadros, tapices... Las espaciosas salas del Castillo eran perfectas, al igual que las mazmorras, que también habían sido ligeramente reformadas. Aquel Castillo era enorme y había salas que llevaban años sin ser visitadas. Aún así, allí Messner se sentía como en casa. Se acercó a la puerta del enorme edificio, pasando junto a unos jóvenes que pegaban carteles en la pared.

Buscáos un trabajo.

Messner llegó a la puerta y sacó las las llaves. Ser el Ayudante del Fiscal le daba derecho a llevarlas encima. Cuando abría la puerta, escuchó a Pieter quejarse detrás de él. Acababa de conocerle, pero Messner ya se empezaba a cansar del Miliciano de Reikland.

Claro, ¿qué hacemos aquí cuando podríamos desaparecer?. Sin duda eso sería mucho más productivo. Dentro no toques nada, y no te separes de mí.

Entró en el edificio, llegando al enorme Hall Principal, de piedra y decorado con tapices, cuadros y bustos de Jueces y Fiscales También había una sólida mesa de madera, donde se situaba el Guardia de la entrada. Sin embargo, y en contraste con el ajetreo habitual de aquella estancia, ahora no había nadie. Al primer sitio al que se dirigió fue a su despacho. Su despacho se hallaba en los niveles superiores del Castillo, y el amplio ventanal que había hecho colocar le daba una panorámica perfecta de la ciudad. Allí tenía sus múltiples estanterías llenas de libros, cuadros y tapices decorando las paredes, una antigua armadura, un mapa del Imperio, su enorme escritorio y múltiples mesas con montones de papeles por encima. La espaciosa sala estaba en la penumbra, ya que nadie había descorrido las cortinas. Se acercó a ellas, dejando que una débil luz entrase en la sala, iluminando su escritorio. Buscó en una esquina, donde se encontraba el armario en el que guardaba las togas. Cogió una grande y lisa, totalmente negra. Después, volvió a salir del despacho, cerrando la puerta con llave, y se dirigió a los subterráneos. Allí se guardaban las pruebas de casos antiguos, y había estanterías y estanterías de objetos que le podrían ser útiles.

Encendió una antorcha antes de adentrarse en los corredores del subterráneo, y dijo a Azelhof que hiciese lo mismo. En su día, aquello habían sido las criptas y bodegas del Castillo, por lo que la humedad y el frío eran considerables. Vio las enormes estanterías llenas de cajas. Seguro que en alguna habría algo que le sirviese.

Azhelhof. Busca algo digno de un Nigromante.
Última edición por Weiss el 14 Ene 2009, 21:25, editado 2 veces en total.
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Mañana clara del 28 de Ulricario de 2521. Dos días para el final del año.

La débil luz de la farolas de aceite que dominaba la calle pasaba por el sucio cristal, al tiempo que Messner y Azhelhof buscaban en el sótano tras visitar el despacho del letrado. Entre los dos revolvieron las innumerables cajas, ante la desesperación del Reiklandés, que no estaba acostumbrado a tales menesteres.

Pieter Azhelhof

En mitad de la búsqueda, el miliciano comenzó a rezar una corta plegaria, con la inútil esperanza de pasar desapercibido ante el inquisitivo ayudante del fiscal, que percibió rápidamente las oraciones de su compañero.

-Esto es de locos. Cuando tengas tiempo me podrias explicar tu plan. ¿Acaso quieres hacerte pasar por brujo y engañar a los mutantes para que te entreguen a los Quober por las buenas? Espero que no sea eso, por favor.

El uso de Dyrath juega conmigo y me pone en situaciones dificiles. Que Sigmar me libre de todo mal y guie mi camino por...

El miliciano continuaba hablando, casi sin la esperanza de encontrar respuesta en su socio. Tras demasiado tiempo buscando, el sol ya habia salido de su hogar, y la antorcha ya no era necesaria. Si no encontraban nada rápido podia entrar alguien, pues pronto seria la hora de trabajar. La suerte se hizo presente cuando Messner encontró un extraño libro, que serviria para su propósito. Era un libro mohoso en el que aparecian dibujos de cuerpos diseccionados. No tenia ni idea de que trataba, pero tampoco queria saberlo. Antes de que Azhelhof pudiera ver el libro, encontró en una caja cercana las pertenencias de un famoso asesino en serie. En ella se encontraban calaveras en abundancia y cruentas cadenas, que daban un aspecto amenazador. No era gran cosa, pero él tampoco se dedicaba a buscar cosas en los cajones.
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Heinrich Messner

Messner seguía teniendo frío. Entrar en el edificio era una mejora respecto a estar en la calle, pero allí en el almacén, estaban muy lejos de cualquiera de las chimeneas del Palacio. Por lo menos se encontraban en el nivel más alto de los subterráneos, que hasta tenía una ventana, aunque ésta se encontrase tan alta que ni tres hombres subidos uno encima de otro la habría alcanzado. Es lo que tienen los techos altos... La luz que entraba por esta ventana fue la que alertó a Messner de que se hacía de día. Apagó su antorcha y la dejó en un montón de ellas apagadas que encontró. Aquella búsqueda le se estaba haciendo eterna, y por más que buscaba, no encontraba nada que le convenciese...

Obviamente, Pieter seguía quejándose. Quejándose y rezando. Pero Messner ya había decidido pasar de él, y sólo ocuparse de que no se fuese corriendo. Messner se encontraba registrando su enésima estantería, cuando encontró algo que le pareció útil.

"De Humani Corporis Fabrica", de Andries van Wesel. Un viejo libro de Anatomía.

Pero las descipciones anatómicas que traía, los esqueletos y los cuerpos con los músculos al descubierto se veían bastante reales y tenebrosas. Y el aspecto mohoso que presentaba también ayudaba. Además, no creía que ningún mutantes supiese distinguir la descripción anatómica de los músculos o los huesos, de un zombie o un esqueleto...

Satisfecho y más animado, seguió la búsqueda. Poco después volvió a encontrar más cosas que le eran útiles.

El caso Von Kölliker, todavía me acuerdo...

Aquel loco había matado a varias personas estrangulándolas con cadenas, y llevándose sus cabezas de trofeo. Como cuando fue juzgado Treitt se encontraba de viaje, Messner tuvo el placer de pedir la pena de muerte para el acusado. Sentencia que recibió siendo torturado y colgado con sus propias cadenas delante del Palacio. Aquellas cadenas que se encontraban en la caja. Además también había varias calaveras, sin duda algunos de sus macabros trofeos.

Messner pensaba que con aquello tenía bastante. Lo guardó todo en una caja y se dirigió hacia la salida de los subterráneos.

Azhelhof, deja de rezar. Nos largamos.

Cuando estuvo seguro de que el Miliciano le seguía, empezó a andar hacia los establos. Allí, entre varios caballos, encontró un magnífico ejemplar negro.

Erwin. Ya te echaba de menos.

Una vez subido, miró a Azhelhof. Él también necesitaría montura para seguirle. Miró un instante los caballos que allí se encontraban.

Coge aquel. Pertenecía a un Patrullero, pero no creo que vaya a usarlo... Fue asesinado un día que se alejó de las murallas, para visitar a unos amigos que vivían en una granja a veinte minutos...

Saliendo al galope del recinto del Palacio, Messner se dirigió hacia la Puerta más cercana.
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Erwin respondió a la voz de su amo agradecido, pues hechaba de menos a su dueño, aunque no hiciera mucho tiempo que lo dejara en aqullos establos no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo sin él.


Pieter agarró con torpeza las riendas del caballo. Era patente que no estaba acostumbrado a montar, y subido a la montura no tenia una pinta muy noble precisamente.

Ambos salieron del Palacio de Justicia todo lo rápido que pudieron. En su camino se econtraron a varios obreros montando unas tablas, y un par de vigilantes cuidando de que todo estuviera en calma. La ciudad ya tenia actividad y se preparaba para la festividad del Hexensnacht, tras la cual vendria un nuevo año, año que pintaba dificil.

Solo faltaban dos dias para la noche bruja, y la gente ya compraba sus amuletos y comida para encerrarse en casa una noche entera. Supersticiones estúpidas, pero que nadie ignoraba. Mientras tanto, un politico se preparaba para algo bien distinto. Rudiger Bacher iba a dar un discurso para toda la ciudad, y seria la plaza del Palacio de Justicia el lugar escogido para ello. Sin duda daria que hablar, pues prometia el final de esta época de terror e incertidumbre. La única fuerza que se le oponia era cierto movimiento anarquista que se estaba formado por las clases obreras, pero ¿quien reparaba en los oprimidos, qué importaban ellos? No iban a ser los pobres quienes eligieran a su gobernante, eso seguro...
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Heinrich Messner

Aquello sí era un caballo. Erwin descendía de los mejores caballos de Averland, y había sido el regalo de su padre cuando conseiguió el puesto de Ayudante del Fiscal. Desde entonces, ese corcel le había acompañado siempre. Se sintió complacido cuando comprobó cómo galopaba el animal, como obedecía, cómo casi leía los pensamientos de Messner. Sin duda, ningún caballo era como aquel.

Salió por el portón del patio de las caballerizas del Palacio, y tuvo que detenerse para esperar a Pieter, que parecía no ser precisamente un jinete experto... El Reiklandés se esforzaba por colocarse en una posición estable sobre el caballo, pero parecía que cualquier movimiento haría que se cayese. Sin embargo, no había tiempo que perder, así que aunque el Miliciano acabase colgando del caballo, Messner no pensaba esperarle.

Vamos, Herr Azhelhof. No es momento de buscar formas alternativas de subirse al caballo. Nos dirigimos a la Puerta.

Cuando salió otra vez a la plaza del Palacio, la ciudad ya empezaba a moverse. La gente salía de sus casas, se dirigía a sus trabajos, a comprar cosas... Aunque sin duda, lo más solicitado esos días era todo lo referente a ls celebración del Hexensnacht, el final del año. Había montones de supersticiones alrededor de esa fecha, y aunque a Messner nunca le habían interesado demasiado, sí era verdad que la gente se tomaba la preparación muy en serio.

Son sólo supersticiones. Si supiesen todo los peligros reales que nos amenazan, no se preocuparían de los imaginarios...

Entonces, se fijó en una cosa. Donde poco antes aquellos jóvenes con pocas cosas que hacer habían estado pegando carteles, ahora unos hombres se afanaban en montar un estrado, donde lueg un político daría un discurso. Y ese político no era otro que Rudiger Bacher. Los Bacher eran otra poderosa Familia de Averheim, y a Messner le habría gustado hablar con Rudiger si se encontrase presente. Podía ser otra ayuda importante. Se acercó al grupo de hombres, y habló con el que dirigía a los demás.

Capataz -esperó a obtener su atención- si Herr Bacher aparece por aquí, infórmele de que Heinrich Messner quiere hablar con él. Gracias, Caballero.

Volviéndose hacia Pieter, que le seguía como podía, intentando no caerse de la silla, Messner galopó hacia la Puerta más cercana. Ya había gente por la calle, pero se apartarían si sabían lo que les convenía. Él no tenía tiempo que perder. Porque el tiempo perdido, eran también vidas perdidas...
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El capataz asintió al joven Messner, prometiendo que avisaria al Señor Bacher.

Tras un leve paseo a caballo, ambos hombres llegaron a una de las Puertas principales de la ciudad. En Averheim habian Cuatro Portones principales, uno para cada dirección cardinal, Norte, Sur, Este y Oeste. Y por la que más gente pasaba era por la Oeste, en dirección a Reikland, la cual estaba tambien más cerca del Barrio Comercial donde el Palacio de Justicia se encontraba. Por lo tanto, Pieter y Heinrich se dirigieron a esta, la contraria a la que Messner habia cruzado la noche anterior.

Alli, en aquella puerta habia un puesto de aduanas y peaje, para caulquiera que pasara. Además, se cobraba impuesto para todo aquel que entrara con mercancias. Al lado del puesto, un par de soldados armados con rifles hacian guardia, pues la vigilancia de las puertas estaba a cargo de los soldados de uniforme negriamarillo del ejercito averlandés.

La idas y venidas de aquella puerta distaban mucho de las de la puerta Este, casi vacia. Pararla iba a ser muy dificil, y no faltaria momento en el que Pieter no lo recordara.

Pieter Azhelhof

-Sigmar bendito. ¿Has visto toda la gente que hay? Y con todo el dinero que se recauda. No se cómo vamos a conseguir cerrar la puerta...
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Heinrich Messner

Genial...

Messner no se había dado cuenta de a qué puerta se dirigía hasta que la tuvo delante. Era la condenada puerta Oeste. Más de la mitad de personas que entraban o salían de la ciudad lo hacían por aquella puerta, ya que era la que daba directamente a las principales carreteras del Imperio, como la cerretera a Middenland o, sobretodo, a Reikland.

Incontables carros se agolpaban delante de las enormes puertas, en las dos direcciones, mientras dos Soldados vigilaban a todos los que cruzaban. Soldados, no Guardias. Las puertas eran algo tan importante que se confiaba al mismísimo Ejército Provincial. También había un Peajero, con unos papeles en la mano, revisando los cargamentos cobrando los respectivos impuestos. Aquella puerte era una enorme fuente de ingresos para las arcas provinciales, y cerrarla no sería nada fácil...

Cosa de la que Messner ya se había dado cuenta sin que Azhelhof tuviese la necesidad de recordárselo...

Sigmar bendito. ¿Has visto toda la gente que hay? Y con todo el dinero que se recauda. No se cómo vamos a conseguir cerrar la puerta...

En realidad, el Reiklandés tenían razón, pero a Messner no le gustaba que le contradijesen, y mucho menos que dudasen de sus capacidades.

Menos mal que me acompaña, Herr Azhelhof... Si no fuese por usted, pensaría que me bastaría con pedírselo amablemente a todos y cada uno de esos mercaderes. O poner un cartel de "no pasar"... Su ayuda es inestimable...

Volvió a dirigir la vista hacia delante, y cabalgó hasta al lado del Peajero.

Perdone.

El funcionario no se dignó ni a mirar. Habría que probar algo mejor...

Mire, ése se va sin pagar.

En cuanto lo dijo, tuvo toda la atención del Peajero.

Y ahora que tengo su atención, me gustaría hablar con usted. Soy Heinrich Messner, de la Fiscalía...
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Mensaje por Saratai »

El peajero seguia a sus cosas, pero tras la falsa advertencia del letrado, sus ojos cambiaron de los papeles a su interlocutor.

Konrad Trademan

-Muy bien, Herr Messner, ¿en que puedo ayudarle? Tengo mucho trabajo, y si es por la tasa, el dia de cobro es el lunes, y hoy estamos a jueves si no me equivoco.


Mientras Konrad, conocido de vista por el ayudante del Fiscal como un tipo bastante habil con las finanzas, y con reputación de poseer una rapidez mental maravillosa, hablaba con Messner, seguia pasando listas y contando objetos, aplicando tasas a cada uno con una maestria magistral. El hombre ya era algo mayor, rondando los cuarenta (lo cual ya eran bastantes años) tenia el pelo moreno cubierto de esporádicas canas, y su única arma eran unas lentes que debian costar lo suyo. Por si las moscas, un guardaespaldas se mantenia cerca, al margen de cualquier conversación, y a las espaldas de su sueñor haciendo honor a su nombre. Dicho hombre no dejaba de mirar a Pieter, como si le viera pinta de ladrón.

Mientras tanto, multitud de mercaderes pasaban por el pequeño puestecillo donde los cuatro hombres se encontraban, conscientes de lo que pasaria si intentaban eludirlo.

-No tengo todo el dia, intente ser breve con su charla, Herr Messner.
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Heinrich Messner

Ahora vendría la parte más complicada, el conseguir que Konrad cerrase la puerta... Al parecer, Messner había tenido la mala suerte de encontrarse con uno de los pocos funcionarios honrados del Imperio. Trademann era conocido como un hombre constante y metódico, que se tomaba su trabajo muy en serio y no toleraba ni una falta. Había empezado desde abajo, cobrando en los caminos, y ahora estaba al cargo de la parincipal Puerta de Averheim. Era por tanto un hombre de confianza del Cobrador General de Impuestos, pues sólo le confiaría ese puesto a alguien preparado. No es que Messner tuviese nada en contra de un hombre tan recto como él, harían falta más hombres así, pero en el caso que tenía ahora entre manos, prefería que el Peajero al mando fuese un patán corrupto, como casi todos, que se asustase ante la amenaza de una inspección en sus cuentas, o se ablandase ante una generosa cantidad de oro Messner...

Tampoco yo tengo todo el día, Herr Trademann, así que seré breve. Necesito que no deje salir a nadie de la ciudad, que cierre las Puertas para todos los que se dirijan a los caminos, y que deje entrar a los que se encuentren fuera.

La cara de asombro de Trademann lo decía todo...

Va a haber que dar alguna explicación...

Messner se acercó al funcionario, le llevó un poco aparte, alejado de oídos indiscretos, y le confió en voz baja.

Sé lo que está pensando, sé todo el dinero que mueve esta Puerta, de hecho, soy yo quien lleva el papeleo muchas veces, y sé que es una de las mayores fuentes de ingresos de las Arcas Estatales, así que me imagino que pensará que no le pediría esto por cualquier minucia... Pero estamos hablando de vidas humanas, Herr Trademann. No puedo darle más datos ahora mismo, pero le juro que se lo explicaré en cuanto pueda. Sólo hágame ese favor. Abra las puertas para los de fuera y no deje salir a nadie, porque ahora mismo todo el que se encuentre en los caminos es un cadáver en potencia.

Messner miró a Konrad.

Por favor, Herr Trademann, haga lo que tiene que hacer.

Messner esperaba que hiciese lo correcto...
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Konrad Trademan

El peajero estudió la situación cuidadosamente. No era algo para tomar a broma, pues si tal era el peligro, seria una negligencia no hacer nada.

-Mmm, interesante cuestión, y no es la primera vez que pasa. Desde que no tenemos patrulleros, las cosas se han puesto muy feas. Desgraciadamente, hemos tenido que pedir ayuda a Nuln para vigilar los caminos hacia el Oeste, para que esta ruta comercial no se desactive. Pero con la guerra de por medio, tampoco se puede hacer mucho. Cada vez vienen menos mercancias, y me temo lo peor para el año que viene.

El funcionario revisó sus cuentas. Cerrar a cal y canto la puerta era lo único que faltaba para terminar de fastidiar un año que no habia ido muy bien.

-No podemos ser tan drásticos, Herr Messner, pero tampoco podemos dejar el problema sin solución. Si, como usted dice, el problema son las salidas, hablaremos con cada persona que piense salir de la ciudad, y colocaremos carteles y pregoneros en cada puerta. Intentaremos coordinar caravanas de viaje, para los que tienen que salir obligatoriamente, que al menos lo hagan juntos. De esta manera tendrán alguna posibilidad de sobrevivir a los bandidos. Cuando pueda remitirme más datos, se lo agradeceria, por que voy a tener que prescindir de mis ayudantes para organizar los avisos, y eso me costará dinero, de mi bolsillo para más inri. Avise a su superior de que se toman estas medidas, luego no quiero problemas de responsabilidad con la fiscalia.


Acto seguido, en un momento que no entraba ningún comerciante, el peajero avisó a dos de sus hombres que inspeccionaban unas carretas.

-Vosotros dos, id cada uno a dos puertas de la ciudad, y buscad a algún imbécil que se preste de pregonero. Le comprais una campana, una caja o yo que se que haga ruido, y que vaya avisando a todo el mundo de que salir de la ciudad es igual a morir. Luego vais colocando carteles avisando de que es peligroso salir de las murallas de la ciudad. ¿Habeis entendido? Como no lo hagais bien vais a estar limpiando las mierdas de los caballos todo el año que viene.

Los dos hombres se pusieron firmes ante la última advertencia, pues cuando Konrad amenazaba con ponerlos a limpiar moñigas, no era ningún farol. Tras darle a cada uno un puñado de chelines, los dos muchachos salieron cada uno en dirección a una puerta distinta. Konrad volvió a su silla para seguir haciendo cuentas.

-Se tardará un rato en avisar a todas las puertas, pero para esta noche todo estará controlado, Herr Messner. Traigame un informe acerca de lo que ocurre en los caminos cuanto antes, que tengo que cuadrar las listas de gastos y cobros.

Con una grimosa sonrisa, el peajero dió por finalizada la conversación, ante el atónito Pieter que no comprendia como alguien podia escribir tan deprisa y hablar al mismo tiempo.
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Heinrich Messner

Trademann parecía pensativo en cuanto Messner acabó de hablarle. Pero la cara del hombre era totalmente inexpresiva, y Messner no tenía ni idea de qué pensamientos rondarían por su cabeza. Al final, después de haber meditado unos momentos, Konrad habló. Y lo que dijo sorprendió a Messner. él esperaba un no rotundo, pero parecía que el Peajero se había dado cuenta de que Messner iba en serio, y le ayudaría a su manera. No cerrando las puertas como había pedido, aquello era algo que su conciencia le impedía, pero sí avisando en todas las salidas, y organizando la protección de quienes a pesar de todo decidiesen aventurarse en los caminos. Pensándolo bien, Messner había conseguido bastante.

Todo habrá valido la pena si salvo aunque sea una vida...

El trabajo de Messner en las puertas había acabado, pero todavía le quedaban cosas por hacer.

Muchas gracias, Herr Trademann. No se preocupe por nada, porque yo asumo toda la responsabilidad. Si cualquiera le pregunta, diga que la orden ha sido emitida por Heinrich Messner, usted no tiene por qué involucrarse en esto. Pero por favor, deje bien claro que salir es cometer suicidio, haga todo lo que pueda, el tiempo juega en nuestra contra. Cuando todo esto vuelva a la normalidad, le reembolsaré cualquier gasto ocasionado, y en cuanto la situación me lo permita, le informaré detalladamente de todos los acontecientos, le traeré un informe acerca de la sitación en los caminos. Hasta otra, Herr Trademann.

Messner dejó al Peajero con sus cuentas, y dirigiendo un saludo al Guardaespaldas y a los dos arcabuceros, se dirigió hacia Erwin. Pieter mantenía una expresión de total perplejidad.

¿Qué le asombra tanto Herr Azhelhof?. ¿No creía que fuese a conseguir nada?. No es todo lo que esperaba, pero algo es algo... Monte otra vez, aún nos quedan cosas por hacer...

Una vez estuvo subido otra vez en Erwin, Messner partió al galope hacia un sitio que conocía bien. La mansión de los Alptraum.
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Mensaje por Saratai »

Pieter Azhelhof

-Reconozco que con un cargo importante se puede conseguir más que con cualquier hazaña personal...


El miliciano intentaba hablar mientras cabalgaba con su corcel, esforzandose en no morderse la lengua con el baibén de los cascos del caballo. Al tiempo, los dos hombres llegaron al Barrio Viejo, encontrando fácilmente la inmensa construcción que hacia de morada de los Alptraum. De cuatro alturas, era una pura ostentación de poder. Al entrar por la verja, la puerta del enorme jardín circundante que protegia la casa del exterior, pudisteis observar perros de guardia y hombres que rondaban armados con ballestas, como seguridad privada. Pero tales hombres estaban perfectamente uniformados con los colores de la casa Alptraum, gris y azul claro con un florido yelmo en el centro.

Al llegar, uno de los sirvientes reconoció en el jardin al señor Messner, recogiendo tanto su caballo como el de su compañero con una reverencia, y haciendole pasar a un hall de entrada, en el que habian unos canapés para las visitas. Pieter, poco educado en la etiqueta de la alta sociedad, se atiborró con los canapés, dejando el suelo lleno de migajas, ante la atónita mirada del administrador de la casa, que se habia acercado al hall al pronto de oir las pisadas de los dos hombres.

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-Oh, señor Mesnner. ¿A qué debemos su visita y la de... su acompañante?
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Heinrich Messner

Por fin aquel miliciano reiklander se daba cuenta de con quién estaba tratando...

Amigo mío, ser un Messner te abre muchas puertas en esta ciudad. O en este caso, las cierra...

Los dos siguieron cabalgando por las calles de la ciudad, acercándose cada vez más al Barrio Viejo. Azhelhof había conseguido más o menos acomodarse al paso del caballo, así que ya no se mordía la lengua cada vez que intentaba abrir la boca. Cuando pasaron junto a la Manzana de Plata, no pudo disimular su admiración.

Es cierto que yo vengo de Altdorf, pero nunca había visto casas como estas allí. La gente que las habite deben ser en verdad importantes... Son impresionantes...

Messner no pudo evitar sonreir.

Sí, bastante impresionantes... Y aún más si las vieses por dentro. Esa de ahí es la mía...

Messner señalaba a una imponente mansión gris, decorada con el escudo de armas de los Messner. Agradecía estar de vuelta en el barrio, y aunque hambriento y cansado, cabalgar por aquellas calles era recomfortante. Siguieron un rato por las calles del Barrio Viejo, hasta que llegaron a una mansión que dejaba pequeña a todas las que ya habían visto. La de los Alptraum.

Los guardias que custodiaban la entrada al jardín saludaron al reconocer a Messner, que les devolvió el saludo, y nada más que llegaron al pie de las escaleras, un paje se apresuró a recoger sus monturas. Ese era el territorio de Messner, y sintió un repentino orgullo al saberse parte de esa sociedad. Una vez se despidió el mozo de cuadras, empezó a subir las escaleras. Azhelhof se había percatado de una cosa, y Messner no tardó en darse cuenta de lo mismo. El número de hombres de armas en la finca era inusualmente grande. Todos engalanados con los colores de los Alptraum, eran una visión imponente. Fueron recibidos por un sirviente, que les abrió la puerta, y les llevó al Hall Principal, donde un aperitivo para los invitados había sido ya preparado. Messner lo agradeció desde lo más profundo de su alma, ya que llevaba bastante tiempo sin comer. Sin embargo, él, al contrario que su impaciente amigo, comió con la educación y etiqueta que eran de esperar en semejante mansión.

En medio del banquete de Azhelhof, el administrador de los Alptraum apareció. Messner ya lo conocía de otras visitas a la casa, así que después de darle la mano, le dijo.

Vengo a ver a Frau Alptraum, Herr Parjdistën. Asuntos de negocios. Él me acompaña, es un gran entendido en caballos de guerra, y seguro que puede aportar alguna observación interesante.

Era mejor decirle eso que decir que era un posible topo y que lo llevaba para vigilarle...
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Pieter calló ante la mentira de su compañero. Imaginaba por dónde iban los tiros, pero consciente de que si hablaba podria empeorar las cosas, calló para otorgar las afirmaciones de Messner.


Administrador Ulinger Parjdistën

-La señora Anna se encuentra ocupada en estos momentos Herr Messner, pero le atenderá en cuanto termine. Por favor, vengan conmigo.


El mayordomo principal, Herr Parjdistën, era un hombre algo entrado en años, y habia permanecido al servicio de los Alptraum todo lo largo de su vida. Acompañó a los dos hombres a una sala inmensa donde un fuego calentaba desde su posición en la chimenea la enorme habitación de espera. Tras media hora en la que los dos investigadores desarrollaron su paciencia, el mayordomo les hizo pasar al estudio de Anna, por unas escalinatas de caracol tan grandes como una casa. Tras unos minutos andando por la mansión hasta llegar al cuarto piso, llegaron a una habitación limpia y escrupulosamente ordenada. Tras el escritorio, protegido por dos grandes armarios llenos de libros acerca de historia, teorias legales y asuntos comerciales, se encontraba la dueña de la habitación, Anna Alptraum. Tras la presentación pertinente por parte del mayordomo, el cual se marchó tras cumplir su cometido, las puertas dejaron solos a Heinrich y a Pieter con la señora Alptraum. Detras de la puerta se podian oir los pasos de un guardia privado que rondaba por el interior de la mansión. No habia lugar tan seguro en toda la ciudad, ni siquiera la casa de los Bacher, como en aquella mansión.

Anna Alptraum

-¡Heinrich, hacia mucho tiempo que no te veia! ¿Cómo estas en la fiscalia? Espero que Treitt sea un buen jefe. Bueno, tomad asiento, según me han comentado venis para tratar temas económicos. ¿Podrias presentarme a tu compañero, Heinrich?
Cerrado

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