Relato introductorio DH2

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Roman
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Relato introductorio DH2

Mensaje por Roman »

En la oscuridad
por Dan Abnett

Habían salido a los mundos inferiores, donde les esperaba la muerte. De hecho, de todas las cosas que aguardaban ahí fuera en la oscuridad a ser descubiertas, la muerte era probablemente la más acogedora.
La nave de desembarco se agitaba con el viento como una vaina.
–Ves el mundo entero, pero no ves nada,– señaló Zarn Vertigon. El sabio estaba sentado tranquilo en un asiento en la parte posterior de la cabina de la nave. Había desatornillado los discos de la lente óptica del ojo izquierdo para limpiarlos, pero la sacudida de la entrada en la atmósfera fue demasiado brutal, así que se sentó paciente con los delicados componentes entre sus manos en un retazo de tela, a la espera de aterrizar o de una repentina muerte en la atmósfera superior.
–¿Qué?– preguntó Alia Kanaed. Ella estaba delante, en uno de los asientos desgastados de piel del terminal del timón, al lado del piloto servidor con la forma de un escarabajo encorvado. Dio un golpecito con uno de sus brazos de manipulación superiores y señaló el oscuro bloque de la zona de salto en el que los cheurones digitales se movían a través del hololito en tiempo real por el paisaje de abajo, un paisaje que parpadeó y giró cuando el servidor realizó sus ajustes en la trayectoria.
Las rejillas de malla de las piezas bucales del servidor, emitieron una serie de chasquidos que indicaban que lo había entendido.
Kanaed se giró de nuevo y volvió a mirar al sabio.
–Dije, ¿qué?– dijo ella, –como para decir de qué demonios estás hablando–. Una leve arruga entre sus ojos mostró irritación. Ella nunca había sido demasiado tolerante con el sabio. Aunque, como comentaba siempre Hessk, nunca lo había sido demasiado con nada.
–Ves el mundo entero, pero no ves nada,– repitió Vertigon. –Es una expresión. Atribuida a Alexis Feroth, el Gran Cartógrafo de la Dinastía Surena. Creo que la dijo como un comentario sobre la ingenuidad política del usurpador Kalisto Surena.–
–¿De verdad?–
–Pero yo la aplicaba en concreto a esta situación,– respondió a su vez Vertigon.
–Vaya sorpresa la mía,– dijo Kanaed.
–Sí,– dijo Vertigon mientras ahuecaba los delicados anillos ópticos.
–Si vas a decir algo, dilo,– dijo Kanaed. –No le des más vueltas.– Su tono era suave, pero también lo había sido el día que pronunció las palabras, “No más de lo que mereces,” mientras hundía su espada oscura como el vacío, a través del corazón y la columna vertebral del hereje Goran Drakos.
–Basta, niña,– replicó Callan Hessk.
Éste bajó las botas del respaldo de la silla que tenía delante y se giró a un lado en su asiento para poder echar un vistazo cabina arriba a Kanaed y cabina abajo a Vertigon.
–Alia, no busques pelea. Zarn... ¿qué pasa contigo? Esto sólo es una misión.–
–¿Lo es?– preguntó Vertigon. –¿De verdad lo es?–
Callan Hessk suspiró.
–Todos somos leales siervos del inquisidor Tortane, y respondemos a su autoridad con gusto. Tortane nos ha dicho que viniéramos aquí, y lo hacemos. Es sencillo. Sólo es una misión.–
Vertigon se encogió de hombros, manteniendo aún con cuidado las piezas de su ojo augmético entre sus manos.
–Sin embargo... ninguno de nosotros ha conocido jamás al inquisidor Tortane. Servimos desde la distancia. Él nos envía instrucciones que son sencillas, estoy de acuerdo. Id allí. Haced esto. Aunque cuando existe tanta distancia y las instrucciones son tan sencillas, está claro que el inquisidor Tortane espera cierta interpretación por nuestra parte.–
–¿Eso crees?– preguntó Hessk.
–Por supuesto,– dijo el sabio. Empezó a atornillar de nuevo los anillos de lentes a su cuenca augmética, uno a uno. –Sugerir lo contrario sería asumir que el inquisidor es estúpido, y creo que estamos de acuerdo en que no lo es. Él espera que nosotros actuemos de forma autónoma, que interpretemos sus instrucciones sencillas y elaboremos nuestros planes. Él espera que seamos sus procuradores para hacer en persona por él, lo que él no puede hacer en persona por no estar aquí.–
Hessk oyó como Kanaed disentía. Sin mirarla, le levantó un dedo como advertencia.
–Vertigon,– dijo, –tengo el mando de campo de este equipo. Las instrucciones del inquisidor fueron claras: buscar pasaje para este mundo, inspeccionar el lugar del que nos ha dado las coordenadas, e informarle de nuestros hallazgos. ¿Qué parte de eso requiere una reinterpretación?–
Vertigon había terminado de reparar sus ópticas. Parpadeó con un zumbido una vez, y a continuación se desabrochó el arnés y se puso de pie. Con una mano sujeta al pasamanos del techo, se asomó al lateral de la nave de desembarco entre sacudidas.
–Debajo de nosotros,– dijo, señalando tanto la pantalla hololítica como la sombra nocturna que se veía por las pequeñas y gruesas ventanillas de la cabina de la nave, –se encuentra Ángel Épsilon KZ-8, el mundo más remoto del prohibido sistema Ángel KZ-8. No se sabe nada de él. Es más, prácticamente no se sabe nada acerca del sistema entero.–
–Salvo por...– Kanaed se detuvo.
–¿El artefacto? ¿La Fortaleza Durmiente?– preguntó Vertigon. –Sí, eso mismo, incluso aunque sean mitos sin fundamento. Pero él nos envió aquí, a este remoto mundo, lejos, muy lejos de la zona donde se dice que orbita la mítica fortaleza. Sabemos una cosa misteriosa acerca de este sistema vacío, y no es lo que nuestro maestro el inquisidor nos ha enviado a buscar.–
Callan Hessk frunció el ceño. El sabio había estado expresando inquietantes pensamientos en voz alta que royeron su mente desde que salieron de Juno.
Vertigon señaló directamente la pista de salto de la brillante pantalla hololítica.
–Tenemos un grupo de coordenadas aunque no sepamos si se trata de una zona de aterrizaje viable.–
–Parece que el áuspex de lectura del terreno lo cree así– empezó a decir Kanaed.
–Vaya. El uso de la palabra ”parece” aquí, me molesta,– dijo Vertigon. Señaló la pantalla de nuevo. –Ves todo el mundo, pero no ves nada,– repitió. –Prácticamente no tenemos datos. Gracias a las condiciones atmosféricas, no tenemos ni siquiera una respuesta fiable del áuspex. Sin embargo, la consideramos una puerta de entrada. ¿Acaso Tortane esperaría que fuésemos tan literales, o querría que pensáramos con más claridad e inteligencia y realizáramos esta misión como lo haría él si estuviera aquí en persona?–
–Es cierto,– dijo Dayglass. Todos le miraron. La nacida en el vacío estaba encorvada en uno de los asientos bajos por debajo del ala de babor. Tenía sus largas piernas estiradas, y las rodillas le tocaban la barbilla. –Molesto, pero cierto.–
Hubo una larga pausa, que sólo rompió el ruido y traqueteo del largo descenso y el tecleo del piloto servidor.
–Entonces, vamos a considerar nuestras opciones,– dijo Callan Hessk.
–Vertigon se ha equivocado en una cosa,– dijo Alia Kanaed. –Yo conocí a Tortane.–
–Sí, pero después te borró la mente,– dijo Hessk, –por lo que no nos puedes decir ni un carajo de él.–
–Como quieras,– replicó Kanaed, al saborear lo que sentía claramente como un pequeño triunfo. –Aun así lo conocí.–

El aterrizaje fue duro. Hessk decidió alterar la ruta de descenso y tomar tierra en un promontorio a tres quilómetros de las coordinadas dadas, un lugar que el áuspex fue capaz de establecer como despejado y sólido.
La atmósfera se estremeció y se volvió una tormenta violenta como si se sintiera agraviada por este caprichoso desvío. Grietas de rayos de ocho o nuevo quilómetros de largo atravesaron el tupido cielo. El viento superó los novecientos quilómetros por hora. Las nubes eran como tinta en agua y la lluvia un muro de hierro.
Un descenso de treinta minutos se convirtió en un infierno de noventa. Perdieron la telemetría en quince minutos, y la energía secundaria en veinte. Un rayo golpeó de refilón el blindaje del casco e incendió el motor número tres.
Incluso Hessk pensó que en ese momento estaban muertos.
Aunque sobrevivieron, el trayecto que lo siguió fue brutal. Era como si les sacudieran dentro de una lata. Sujetos a sus asientos, resistieron. Dayglass puso la cabeza entre las manos sollozando. Ella nunca se había adaptado bien a nada, salvo a la fría serenidad del espacio. Vertigon, por lo general de constitución fuerte, vomitó discreto en una bolsa. Incluso la apasionada Kanaed estaba mareada.
Callan Hessk, un despiadado asesino de monstruos, se ajustó el cinturón y preparó sus dos pistolas automáticas Tronsvasse.
El piloto servidor los llevó, aunque al final estaba ciego. Con la telemetría perdida, se había centrado en un recuerdo exacto del lugar de aterrizaje elegido. El estrés frió sus cerebros primario y secundario, y estaba muerto para cuando respiraron aliviados y se desabrocharon sus cinturones.
Los sistemas de la nave suspiraron, palpitaron y se quedaron en blanco cuando el servidor exhaló su chispa vital.

Épsilon tenía una atmósfera apta para la vida, o al menos una que no les mataría pronto. Salieron de la humeante nave hacia la gigantesca oscuridad.
Se encontraban en una elevada pendiente poblada de árboles con forma de setas, tan negros como la noche. Por debajo de ellos, a través del ancho y profundo valle, oscurecido con la vegetación que se mecía, avanzaba la destellante tormenta. El trueno era como un golpe en el aire y la lluvia empapó sus rostros. El mundo olía raro. Era húmedo, formado de turba, lleno de savia y se podía percibir el olor a ozono.
Además, había algo más.
Hessk se puso una chaqueta con capucha por encima de los hombros. Tenía un áuspex de mano y una gran linterna.
–Por aquí,– dijo mientras leía la pantalla del áuspex. La pequeña pantalla iluminaba por debajo su rostro.
Los cuatro fueron cuesta abajo, a través de la húmeda espesura de árboles seta al descender del promontorio. El suelo bajo sus pies era humus. La lluvia les golpeaba. Sus cuatro linternas eran las únicas fuentes de luz aparte del fantasmal destello de los relámpagos. A su alrededor, los curiosos árboles seta crujían y gemían por la fuerza del viento nocturno.
Los árboles eran enormes. La oscuridad era infinita. Los cuatro y sus pequeños haces de luz eran minúsculos.
Callan Hessk abría la marcha. Era un asesino frío, con una mente como la de un cogitador de buena calidad, que parecía impresionantemente alto con sus botas. Llevaba un largo abrigo de cuero bajo su chaqueta con capucha para la lluvia y unas botas de cubierta pesadas. Tenía un rostro como el de una estatua monolítica y los ojos color violeta. Además, se había cortado su cabello gris con un cortapelo. El inquisidor Tortane había reconocido los talentos de Hessk como líder y asesino sin escrúpulos años atrás, y lo salvó de una vida en los habitáculos de las barriadas de Juno, una corta e infame vida de forajido.
A cambio, había servido a Tortane, y le sirvió bien como su agente de campo. Pero ellos nunca se conocieron. Tortane nunca permitió que fuera una posibilidad.
Como consecuencia, Callan pensó que era posible que le gustase Faros Tortane.
Detrás de Hessk iba el sabio, Zarn Vertigon. Vertigon era rara para ser un sabio. Era razonablemente joven y muy robusto. Ex Guardia Imperial, sabía luchar y cómo manejar el antiguo rifle láser de largo alcance que llevaba colgado en su estuche en el hombro. Hessk lo había visto luchar. Zarn lo hacía bien.
Un sabio que no fuera un Viejo chocho y que pudiera desenvolverse en el combate. Hessk lo consideró un plus.
La historia de Zarn era extraña, y sólo a medio contar. Había estado en una unidad del regimiento Havarth en una de las interminables campañas de Askellion. Según lo contó Zarn, se les había ordenado as altar una colina, pero lo colina no era una colina, era algún tipo de estructura: un mecanismo, un artefacto alienígena tan antiguo como el infierno. La unidad de Zarn fue masacrada en la subida. A Zarn le dieron, quedando ciego y con media cara quemada.
Cuando despertó en una estación medicae a dieciocho quilómetros de la línea del frente, descubrió que, en lo más profundo de su dolor y heridas, la colina le había dado algo. Le había transmitido un pequeña parte de su antigua conciencia. Comprendía cosas, cosas que nunca había entendido antes. Sabía cosas... muchas cosas.
Zarn Vertigon poseía sentidos que asombraron a la mayoría de los hombres. La peor parte fue que su capacidad asustaba a todo el mundo, incluido él mismo.
Dayglass, la psíquica nacida en el vacío, seguía a Zarn con su largo vestido embarrado por la lluvia. Alta y extremadamente delgada, no llevaba armas y sus grandes y exquisitos ojos negros reflejaban la tormenta. Para terminar, su largo cabello negro colgaba inerte.
Alia Kanaed cerraba la marcha, acunando su rifle infernal. Era musculosa, alta y grande, e iba encorsetada en un traje de cuero rojo ceñido. Su cara era una escultura de pómulos y mandíbula, que configuraban unos penetrantes y pálidos ojos azules. Su cabello era corto y blanco. La espada djin que tenía colgada en medio de la espalda fija le susurraba.
–Esto va a terminar en lágrimas,– murmuró Alia.
Aunque no especificó quién.

Para cuando llegaron al fondo del profundo valle, había parado de llover. La negrura de la noche siguió cubriéndoles. El agua repiqueteaba de las hojas ahuecadas y los pliegues de las setas del cielo del bosque muy por encima de ellos. Sus luces titilaron.
La oscuridad se agravó. Había un olor frío a ozono, a humedad, y una sensación lúgubre y de lo oculto.
Vertigon sacó su largo rifle láser del estuche, cargó una célula y avanzó con el rifle apoyado por encima del codo de su brazo izquierdo.
Los ojos de Dayglass escudriñaron la oscuridad circundante.
Alia ignoró el irritante cosquilleo de su espada envainada.
–Aquí hay algo,– dijo al final Dayglass con una voz tan insignificante como una mota de polvo.
–Bien, bien,– contestó Hessk. –Entonces no ha sido un viaje en vano.–
–No seas impertinente,– replicó Dayglass.
–No estaba siendo impertinente,– dijo Vertigon. –Tortane nos envió aquí. Es bueno que haya algo que justifique nuestro viaje.–
–No lo entiendes,– susurró Dayglass. La nacida en el vacío vaciló. –Fallo mío,– dijo. –Me equivoqué. No me expliqué bien. Aquí hay algo. Puedo sentirlo. Leerlo. No es algo o alguien por el que nos hayan enviado aquí a conocer. Es… un estado. Es la forma de este lugar. Lo que haya permanecido aquí, lo ha estado mucho, mucho tiempo.–
–¿Cuánto?– preguntó Alia Kanaed.
–¿Cuánto es siempre?– contestó Dayglass.
–¿Puedes ser más específica?– le inquirió Vertigon.
–¿Y menos, ya sabes, alarmante?– añadió Hessk.
Gotas sueltas de lluvia cayeron de una rama invisible de muy arriba y salpicaron el cenagal cercano. Dayglass se giró para enfrentarse a la oscuridad, y levantó ambos brazos del costado como si estuviera invocando algún tipo de bendición.
–Por el trono,– dijo, –es antiguo... tan y tan antiguo. Viene de un tiempo y un lugar donde el bien y el mal no estaban definidos. Es... simplemente es lo que es.–
–¿Y exactamente qué es?– preguntó Hessk.
–Él mismo,– contestó ella. –Y todo lo que nos rodea.– Hizo una pausa. –Y nos está observando.–

Hicieron una pausa para beber algunos líquidos de sus botellas de agua y tomaron unas raciones deshidratadas. No había ni rastro del amanecer, ni siquiera una promesa de salida del sol.
Callan Hessk se alejó de los demás y rodeó el claro en el que se habían detenido. Agradeció las capacidades de la nacida en el vacío, pues un aviso siempre era útil, pero no pudo ser más imprecisa. Había logrado sembrar la preocupación en su cabeza, haciendo que sospechara de todo. A partir de ese momento saltaría ante cada sombra, y Épsilon tenía muchas.
Algo se movió entre los árboles a su izquierda.
¿Qué? Un destello rojo. Un borrón.
Se volvió para seguirlo, pero no vio nada. Al mirar atrás a sus demás, vio que Dayglass estaba sentada, alerta, con los ojos fijos en el mismo punto.
Hessk sacó una de sus pistolas y empezó a avanzar con la linterna en alto en su otra mano. Los demás se levantaron y le siguieron.
No intercambiaron palabra. Las expresiones e intenciones de Hessk y Dayglass le dijeron a Kanaed y Vertigon todo lo que necesitaban saber por el momento.
Hessk siguió adelante, moviéndose entre los altos árboles negros sorteando la húmeda maleza y follaje que le llegaba hasta la cintura. El suelo que no veía era un maldito pantano bajo sus botas. La profunda oscuridad entre los troncos grises oscuros de los árboles parecía más oscura que el gran vacío.
Movimiento.
Giró a la izquierda, apuntando a la vez con la pistola y la linterna.
Nada. ¿O había visto el destello más fugaz de algo rojo en la oscuridad?
Hessk se dio cuenta de que respiraba con dificultad. Tropezó de nuevo.
Movimiento de nuevo, esta vez a su derecha. Un claro destello rojo. Algo rojo suave parpadeó entre los árboles a menos de veinte metros de su posición.
Había sido del color del buen vino, o sangre.
Hessk atajó a la derecha, acechando de reojo entre los árboles con la pistola alzada, y realizando barridos con la linterna. La luz volvía grises las hojas y hacía que las gotas de agua que caían desde el techo del bosque parecieran puntos blancos y brillantes.
Fue a parar a la base de un enorme árbol. Nada. Si algo o alguien había estado allí, se había ido. Enfocó su luz hacia el suelo fangoso para ver si podía distinguir algún rastro, pero el lodo no mostraba nada.
Reanudó la marcha de nuevo, pero entonces sintió algo en la parte posterior de su cerebro. Era un tirón suave pero desagradable, como si unos dedos fríos y resbaladizos se hubieran deslizado dentro de su cráneo para manosear su cerebro.
Se detuvo y miró hacia atrás. No se había dado cuenta de lo mucho que se había alejado de los demás. El suave pulso telequinético de Dayglass había sido un aviso sin mediar palabra de que no se alejara demasiado.
Ella podría recordar lo que quisiera a quien quisiera. Se movían demasiado despacio y él iba detrás de algo.
Empezó a bajar por una pendiente entre las enormes raíces medio expuestas de los gigantescos árboles. Apestaba a humedad y moho. Empezó a salir un vaho de vapor del sotobosque tras la lluvia. Humeaba como polvo blanco en la oscuridad allí donde su linterna se cruzaba con él.
Unos dedos fríos y resbaladizos tiraron de su cerebro de nuevo. Él hizo una mueca.
–Fuera de mi tarro,– susurró en voz baja, –y vete al carajo.–
Hessk se paró en seco.
Algo rojo brilló enfrente suyo un instante. Justo delante de él, a tan sólo seis pasos, había una delgada figura con una larga túnica roja. Por rostro tenía una máscara. Tenía que serlo.
Dudó un Segundo, menos de un Segundo, lo miró fijamente y luego se volvió y desapareció en la niebla.
Él empezó a correr.
Oyó a Alia llamarlo por su nombre desde los árboles de más atrás. Ahora no fingía. Allí había algo, y eso también sabía que estaban ellos.
A la carrera, atravesó la maleza y salió a otro claro. Al instante se dio cuenta que el suelo que tenía bajo los pies era distinto. Ya no era esponjoso y suave. Era duro y plano.
Bajó la mirada. Piedras. Una plataforma de piedra hecha de losas perfectamente talladas. El desgaste de los bordes y los parches de musgo sugerían que era muy antigua.
Sí, sin duda muy antigua. Miró a su alrededor. La plataforma en la que se encontraba parado era la parte delantera de una estructura de piedra en ruinas situada entre los árboles. Estaba envuelta de helechos, lianas y numerosas enredaderas. En algunos lugares, los enormes árboles se habían hecho hueco a través de la piedra, o se habían visto obligados a crecer en extrañas formas retorcidas para sortear los grandes contrafuertes y dinteles.
¿Cuánto tiempo llevaba esto aquí?
–Preimperial,– dijo Vertigon. Éste subió a la plataforma al lado de Hessk, con el rifle láser preparado, observando la arquitectura en ruinas. No le había leído la mente. Tan sólo sabía la primera pregunta probable.
–¿Estás seguro?–
–Sí, ya sólo por una estimación aproximada de la tasa media de crecimiento y erosión,– replicó el sabio. Alia y Dayglass subieron a la plataforma detrás de él.
–En realidad,– empezó a decir Vertigon, cuando de pronto se detuvo. Avanzó un poco y comenzó a arrancar enredaderas y otras plantas tenaces del muro frontal del templo. Hessk se dio cuenta de que Vertigon estaba exponiendo algún tipo de filigranas talladas… palabras.
–Prehumano,– dijo.
–¿Prehumano?– preguntó Alia.
–Estos símbolos y esta especie de construcción, se asemejan a las estructuras y ruinas encontradas en otros seis mundos del sector Askellon, todos ellos muy anteriores a la llegada del hombre. Este es de lejos el lugar más grande e intacto jamás encontrado.–
–¿Qué dice?– preguntó Hessk.
–No lo sé. La escritura nunca ha sido descifrada, aunque una vez más parece haber mucha más aquí de la que se ha encontrado en cualquier otro sitio. Recorre todo el muro... miles de caracteres y pictogramas. Creo que puede haber más bajo esa gran Cortina de enredaderas de allí.–
–Hay más dentro,– exclamó Alia mientras alumbraba con su luz el interior de una de las oscuras aperturas de las ruinas.
–Con bastante más material para trabajar, podría ser capaz de empezar a establecer una matriz de traducción,– dijo Vertigon, –tan sólo con el tamaño y las variaciones de la muestra.–
–¿Tienes registros de los diseños encontrados en otros lugares?– preguntó Hessk.
–No,– dijo Vertigon, –pero los recuerdo bastante bien.–
–Pues claro que sí.–
–¿Qué vas a utilizar como clave?– inquirió Dayglass.
–Otras, aunque dudosas, fuentes han señalado que algunos de los símbolos se asemejan a los caracteres de las primeras formas del alfabeto eldar. Voy a trabajar con eso.–
Apoyó su rifle contra la pared, levantó la linterna junto a su cabeza y empezó a trabajar.
–Saliste corriendo,– le dijo Alia Kanaed a Hessk.
–Vi algo.–
–¿Este lugar?–
–Al final. Antes de eso, vi una figura.–
–¿Hay alguien más aquí?– preguntó Alia.
–Sí.–
–¿Qué aspecto tenía?– preguntó Dayglass.
–¿No pudiste verlo?– le preguntó Hessk. Ella lo miró a los ojos y él sintió como le escanease sus recuerdos superficiales. La sensación fue como si un rayo de sol cálido hubiera cruzado brevemente su rostro.
–Delgado,– dijo Dayglass. –Una túnica roja. ¿Por qué su cara es una calavera?–
–¿Una calavera?– preguntó Alia.
–Era una máscara,– replicó Hessk.
–No creo que lo fuera,– dijo Dayglass.
–Tranquilo,– dijo Alia. Miró a Vertigon y al oscuro montón de ruinas.
–¿Es esto lo que Tortane nos envió a buscar?– preguntó ella. –¿Este es el por qué estamos aquí?–
Hessk comprobó su áuspex. Las coordenadas mostradas coincidían de forma exacta.
–Este es el lugar,– afirmó.
–Mirad esto,– dijo Vertigon detrás de ellos.–Esto es muy interesante.–
Hessk estaba a punto de preguntar el qué, pero nunca tuvo la oportunidad.
Una fría y húmeda bofetada de la psique de Dayglass estremeció su mente y le mandó una advertencia en el último segundo, lo bastante alarmante para echarse atrás un paso.
Algo saltó hacia él desde el tejado de las ruinas, algo humanoide que se lanzó de entre los bloques piedra en una lluvia de gotas de agua y hojas. Tenía aproximadamente el doble de su tamaño, pero parecía aún más gigantesco al caer hacia él con los brazos extendidos y las piernas dobladas.
Era una cosa medio desnuda, cubierta de una ropa rudimentaria hecha jirones y con el pelo enmarañado. Tenía el vientre distendido. Sus extremidades eran musculosas pero demacradas. Su piel era oscura, como si se hubiera quemado con un soplete. Sus dedos estaban cubiertos de garras callosas y andrajosas.
Su cabeza era como de un hombre con cejas y bigote gruesos. Como un hombre salvo por la boca y la mandíbula. Sobresalían y eran enormes, como las de un simio gigante, con labios retraídos para exponer unos caninos e incisivos descomunales.
Aulló. Chilló como la disformidad.
El aviso de Dayglass había sido suficiente para que Hessk retrocediera uno o dos pasos, lo bastante para que el ataque repentino de la criatura no le diera de lleno. Chirrió al darle, un golpe fallido, sus garras rasgaron su chaqueta, hacienda que el bajo volara como una pequeña tormenta de nieve. Sintió que algo le mordía en la cadera y exhale de dolor, tambaleándose por el impacto.
La criatura aterrizó en la plataforma y luego rodó, sin dejar de chillar. Era un chillido que traspasaba tanto el alma como los oídos. Era el chillido de los locos, de los no humanos.
Se levantó, de una forma que parecía terriblemente veloz para algo de su tamaño, y se abalanzó sobre Hessk.
Alia Kanaed estaba en su camino.
Con faz sombría, le propinó una patada en la cara que la sacudió su cabeza hacia atrás. Mientras se tambaleaba, giró y le dio otra.
Ésta le rompió un diente, un canino inferior, y le hizo saltar sangre y saliva de su boca un largo trecho, en un chorro viscoso.
La criatura aulló y le golpeó con un largo brazo con garras para destriparla.
Se oyó un chasquido y una explosión húmeda. La cabeza de la criatura detonó como una fruta madura, y cayó muerta fuera de la plataforma. El calor del láser humeó la plataforma. A continuación Vertigon bajó su rifle largo.
Empezó a sonreír.
+ ¡Más! +
Un estallido de la mente de Dayglass se clavó en todos sus cerebros.
Había más de esas cosas, muchas más.
Llegaron gritando en la noche, saltando del tejado de las ruinas, trepando por los bordes de la plataforma o dejándose caer de los grandes árboles.
Hessk abrió fuego. Metió tres disparos de su Tronsvasse en el pecho de la criatura más cercana y luego dos más en el cráneo de la siguiente. Había tan poca luz. Estaban por todas partes. Sus linternas sólo iluminaban franjas espasmódicas de oscuridad, y los disparos alumbraban brevemente otros puntos, como luces estroboscópicas.
Era difícil ver, difícil elegir un blanco.
Sólo ojos, ojos que brillaban en la oscuridad. Ojos y gritos.
Dayglass se tomó un tiempo para concentrarse. Cosas oscuras la asaltaron. Extendió su mano con la mente y apretó, haciendo estallar un lóbulo temporal con un movimiento telequinético.
–¡Muéstralos! ¡Dayglass, muéstralos!– escuchó gritar a Hessk.
Por supuesto. Tácticamente era mucho más útil.
Concentrada y ajena a su propia seguridad, expandió el cono consciente de su mente. Era un riesgo. Cualquier uso de las capacidades psíquicas lo era. Incluso aunque su mente estuviera en sintonía con la disformidad, no merecía la pena entrometerse. Dayglass sintió calambres en el abdomen. El suelo a su alrededor se cubrió de escarcha. Cosas que no eran ella susurraron por su boca.
Pero ella insistió. Se concentró. Amplió su percepción. Para ella y sus tres compañeros, las ruinas y la plataforma se iluminaron como con visión nocturna. El lugar fue bañado con un resplandor verde pálido y luminoso. Las criaturas chillonas eran ya visibles.
Hessk arrojó su linterna a un lado. Aunque físicamente ciego, ahora podía ver. Sacó su otra pistola Tronsvasse, la agarró con las dos manos y empezó a eliminar las criaturas que se movían por el borde de la plataforma.
Las oscuras cosas con colmillos gimieron al caer en las profundidades del bosque que tenían detrás. La sangre salpicó, blanca y caliente bajo la visión de la mente.
Zarn Vertigon disparó varias veces, desperdiciándolos en distancias mucho más cortas de lo recomendado para su arma de francotirador.
El poder de parada era considerable. Bajo la visión de la mente verdosa de Dayglass, que para él se distorsionó levemente por un lado debido a sus ópticas augméticas, destrozó cabezas y gargantas y trinchó torsos enteros hasta convertirlos en jirones húmedos y fibrosos.
Sin embargo, llegaban tan rápido como era capaz de recargar, y su bolsa de células de munición no era ilimitada.
–¡Hay demasiados!– gritó por encima del rugido de su arma. –¡Hessk, hay demasiados!–
Hessk no respondió. Estaba ocupado disparando y recargando sus dos pistolas automáticas. Los cañones de las pesadas y largas armas lanzaron andanada tras andanada de disparos en los rostros y pechos de los salvajes atacantes que trepaban hasta la plataforma.
La visión de la mente de Dayglass le permitió sentir y casi ver lo que tenía detrás. Alarmado, se dio la vuelta, levantó su objetivo y mató varias criaturas en pleno salto desde el tejado de las ruinas. Luego derribó dos más que estaban a punto de saltar. Cuando uno de sus disparos rozó el borde del tejado y nos bañó a todos con arena y suciedad en lugar de matar un objetivo, maldijo en voz alta por la maldición desperdiciada.
Oyó a Vertigon gritar. Sí, eran demasiados. Pero tenían munición. Hessk rezó al Dios-Emperador para que tuvieran la suficiente. ¿Cuántas de estas cosas podría haber?
Quizá...
¿Quizá un planeta entero?
Dayglass se concentró. Sabía que podía alcanzar y cortar fácilmente una médula espinal o cerrar un vaso sanguíneo principal, pero no se atrevía a desperdiciar su poder. Sus compañeros de equipo necesitaban la visión de la mente para conquistar la oscuridad de Épsilon y seguir luchando. Eso era todo lo que le importaba. Mantener la visión de la mente requería de toda su concentración.
Las criaturas realizaron otro ataque en masa, pero Alia Kanaed había sacado su espada djin. Estaba hambrienta. Gemía en sus manos. Kanaed se lanzó contra el grueso de la carga y repartió golpes con las dos manos, a diestro y siniestro, cortando y acuchillando, y lanzando por los aires trozos de carne y miembros enteros.
Su hoja crepitaba al cortar la carne.
Esquivó un excelente golpe y cortó la extremidad que había intentado atacarla desde abajo. La criatura se tambaleó y gimió mientras chorreaba sangre de su muñón. Otra vino a por ella, pero le partió el rostro en dos. Dos más por la izquierda: una decapitada y la otra empalada. Tuvo que darle con el talón a la última para poder sacar la espada.
La hoja le cantaba. Le gustaba la sangre. Le gustaba el aire. Le gustaba ser libre y estar desatada. La cantó su canción de amor, la canción que le maldijo, la que había tratado de no obedecer, la que sólo ella podía escuchar. Para los demás, era una estupenda hoja de manufactura xenos. Pero para ella… para ella era algo que la distinguía de los miles de millones de almas humanas. Se preguntaba por qué. Se preguntaba qué la hacía tan bendita o maldita. La espada casi había consumido por complete su cordura. Trató de encerrarla, pero cada vez que se veía obligada a usarla, le robaba un poco más.
¿Cuánto tiempo me queda? se preguntaba. ¿Cuánto tiempo antes de que la espada sea yo y yo la espada?
¡Rechaza ese pensamiento! ¡Rechaza el miedo! Alia Kanaed bajó la cabeza y siguió lanzando golpes. Ya no sabía dónde terminaban sus dedos y dónde empezaba la espada.
Aunque de una cosa sí estaba segura, y era que fuera cual fuera el tiempo que tardara la hoja djin en a reclamarla, las criaturas a las que se enfrentaba tendrían unas vidas infinitamente más cortas.
Alia pivotó. Apoyó los pies y cortó con la espada a su alrededor, rebanando la parte superior de dos cabezas. Evitó una mano llena de garras y luego esquivó una criatura que cargaba contra ella a la que apuñaló su corazón por detrás en el momento en que la superó.
Se acercaba, lista, girando la hoja que lanzaba gotas de sangre por doquier.
¿Dónde? ¿Dónde está el siguiente?
–¿Alia?–
–¿Hessk?–
–Ya está. Todos despejado.–
Alia parpadeó. Ya no había más criaturas que les atacaran. La plataforma de piedra estaba cubierta de cadáveres y trozos de cuerpos. La sangre se acumulaba sobre las piedras, y ella la podía oír caer hacia la oscuridad de abajo como agua de lluvia.
¿Cuántos había matado? ¿Cuánto frenesí le había causado la espada? ¿Le había visto Hessk?
Dios-Emperador no, por favor...
–Todo despejado,– repitió Hessk. Recogió su linterna del suelo y le escaneó con él.
–Lo hiciste bien, Alia. Buena caza.–
–Gracias.–
Ella suspiró y se relajó.
–¿A dónde han ido?– preguntó Vertigon. –Había más... muchos más. Se retiraron.–
–¿Por qué se iban a retirar?– preguntó Hessk.
–¿Porque los masacramos?– sugirió Alia. El aire encima de la plataforma era húmedo por el rocío de sangre y apestaba al humo de las armas. La batalla había sido intensa.
–No,– dijo Dayglass. –Había algo más. Algo les retiró. Fue…–
En ese mismo instante gruñó y cayó a plomo en el suelo. Vertigon corrió a su lado.
–¿Dayglass? ¿Dayglass?–
La nacida en el vacío murmuró bajo y pataleó de forma espasmódica en sus brazos.
Todos miraron hacia arriba. El resplandor de la visión de la mente había desaparecido, pero todavía conservaban la luz de las linternas.
Un movimiento. Un destello rojo.
Una figura con una larga túnica roja subió a la plataforma ante ellos. Todos levantaron sus armas.
Se bajó la capucha.
Su cabeza era una calavera, una calavera de bronce totalmente funcional y mecanizada con una forma espléndida...
–Creo que nunca habríais llegado hasta aquí,– dijo a través de un implante en su pecho.
–¿Quién eres?– preguntó Hessk.
–Aquí es donde tenéis que estar,– continuó la calavera de metal. –Por el templo sintiente y los mutantes, por los agentes de los Poderes Ruinosos que incluso ahora se acercan y por mi.–
–¿Quién eres?– repitió Hessk.
–Soy la razón por la que estáis aquí,– dijo la calavera.
Alia Kanaed miró a Hessk.
–Lo recuerdo,– dijo ella.
–¿Qué recuerdas, Alia?–
–Eso. Eso es... el inquisidor Tortane.–
Tortane volvió su cabeza de muerte bruñida para mirar a Hessk con unas cuencas vacías.
–Por fin nos conocemos, Callan,– dijo. –¿Ahora, seguimos adelante? Rara vez voy al campo en persona. Para eso tengo acólitos. Es por eso que mi presencia aquí debería convenceros de la importancia de esto.–
–¿Y cómo de importante es esto exactamente?– preguntó Hessk.
Tortane vaciló.
–Esta noche puede que el destino del Imperio esté en vuestras manos,– dijo él.
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Y.O.P.
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Re: Relato introductorio DH2

Mensaje por Y.O.P. »

Muy ilustrativo. Hecho de menos un téxto al estilo de "El Imperio, tu Patria", de la campaña del Enemigo Interior. Imagina el esfuerzo que supone explicar 40k a alguien que no tiene la más mínima noción del trasfondo de juego, ¿motos y espadas de sierra?, ¿qué locura es esta? El tono de 40k en una partida es algo que siempre me ha costado captar más allá de las partidas a Rogue Trader (el antiguo de minis, no el de rol).

Sobre DH2 tengo sensaciones encontradas, creo que ya lo dije en otro post. Artísticamente, el libro es una maravilla, pero la subdivisión que hace de las reglas no me termina de gustar.
- Un verdadero guerrero nunca teme al desafío de una batalla. Pero siempre recuerda que no puedes escapar a tu destino.
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Re: Relato introductorio DH2

Mensaje por igest »

La verdad es que el universo de Warhammer 40.000 tiene tantas posibilidades que cuando uno empieza en el se puede sentir simplemente abrumado.
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