Viajero Stirlandés II: Cazador Ofendido

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Saratai
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El renqueante caballo dirigió su vago paso al origen del humo, bajo el mando del cazador stirlandés. Conforme el animal se iba acercando, alejandose paso a paso del camino principal, un ruido aumentaba de frecuencia.

Gritos e insultos, maldiciones y bajezas.

Una cabaña fue tomando forma en la lejania. Otra, aun más lejos, difuminada tras el humo de una pequeña hoguera. Los bociferios eran claros y provenian de un grupo de personas que, ante la quema de rastrojos, se congregaba. En el suelo y oculto en el barro, los trozos de lo que antaño fuera cartel de saludo se ocultaban a la vista: ''Bienvenido a Tannfeld''

Al llegar dónde la gente se reunia, Heinz vio una escena atipica pero común, una disputa de tierras. A un lado de la diminuta hoguera, una familia con arados insultaba a un grupo de viejos. La familia la componian un padre calvo y feo como su rubicunda esposa, un niño gordo como un tonel y dos muchachas, cada una más delgada que la anterior, tanto que parecia probable que salieran volando ante una vocanada de aire. Los viejos que a la familia se enfrentaban eran tres. Pero.. ¿eran hombres o mujeres? Bajo gruesas capuchas y pulidas calaveras, los tres ancianos de dudoso sexo increpaban a la familia en respuesta a los insultos que les llovian.

Padre de la familia Reff (algo estresado)

-Gentuza, vuestra mala sangre se pudrirá antes que los campos que decis poseer. Estas tierras son nuestras, ¡Basura hochlandesa! Sabemos lo que sois, brujos es lo que sois. Siempre murmurando, siempre rezando y con las manos ocultas. Vosotros no habeis labrado esta tierra jamás y ¿decis que es vuestra?, ¡Escoria!



Vieja desdentada de la triada

-La mia familia de siempre ha teni'o e'ta tierra. Con vue'to suhor si, pero con nue'ta sangre. No noh llamaba' bruhos cuando ayu'amos a tu pare con el oro y con la enfermea'.


De pronto, los presentes reparan ante Heinz, el cual acaba de llegar interrumpiendo la discusión.

Triada de Viejos Desdentados.

-¿Tu que es lo que hace' 'qui hovencico? ¿No tie' huesos que roe'?
-Holo faltaba o'to ent'ometio dema'




Madre de la familia Reff

-¡Ayúdenos viajero! Estas brujas y hechiceros de mala muerte quieren secar nuestras tierras, sólo porque hace doscientos años sus antepasados las tuvieran en uso antes de abandonarlas. Quieren practicar sus malas artes en nuestro hogar.
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Van Hoffman
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Heinz Stolzer

A medida que iba haciendo avanzar al viejo caballo, Heinz cargaba la ballesta. Cada vez, el origen del humo estaba más cerca. Cuando tuvo la ballesta preparada, se la apoyó al hombro. Finalmente, llegó a la pequeña granja, donde unas ocho personas discutían. Eran campesinos. Y tres de ellos parecían viejos, muy viejos.

¡Malditos campesinos, menudas horas de quemar rastrojos!

Heinz escuchó atentamente la discusión. ¿Brujos? Aquella era una palabra muy grave, y no debería decirse a la ligera. Entonces, le vieron. Dos de los vejestorios le hablaron, y la mujer del granjero le suplicó ayuda.

¿Brujos? ¿Hechiceros? ¿Malas artes? Sigmar no quiera que sean asquerosos nigromantes, por sus bienes...

- Decidme, campesinos, ¿que pruebas teneis de que estos tres viejos son brujos? No hagais perder mi valioso tiempo.


OFF: Al más minimo signo de hostilidad, Heinz disparará su ballesta contra el causante del peligro, y acto seguido, espoleará al caballo para que cabalge tan rapido como pueda de vuelta al camino.
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El ambiente era denso.
Incluso a pesar del frio, la humedad hacia que fuera dificil respirar con normalidad. Una gruesa capa de nieve cubria ciertas zonas de terreno, y a pesar de que la nevada no era aun gran cosa, la hoguera de los rastrojos moria al no tener alimento y sufrir hambrienta el peso del agua congelada que caia del cielo como las hojas de un árbol moribundo.


Ortiga Reff

-Tenemos pruebas viajero.
- Los sospechosos de brujos miraban a la mujer con odio, pero permanecian quietos sin hacer nada más que escuchar sus palabras. Ni una sola vez interrumpieron lo que decia la madre de la familia Reff. - Siento no haberme presentado, soy Ortiga, mujer de Port Reff, el labrador de estas tierras y dueño por gracia del difunto Leitdorf. No somos unos campesinos incultos, tenemos varias tierras a parte de estas y dinero para pagarnos algo de educacion, más que el resto del pueblo al menos.

-Los viejos de aqui enfrente son miembros de unos antiguos nobles de Hochland que hace muchas generaciones tuvieron estos terrenos, pero los abandonaron. El tatarabuelo de mi marido era entonces su administrador, y se quedó en posesión de ellas, en pago por el trabajo de tantos años. Desde entonces pertenecen a la familia de mi esposo. Pero hace dos meses, estos hombres vinieron al pueblo, reclamando las tierras con su titulo. Yo no me fiaba de ellos, asi que los segui en secreto para ver que clase de gente era, pues no me diras que con esa pinta ¿son nobles de verdad?. Mi sorpresa fue que en las linderos del pueblo hablaban con unos hombres muy extraños, de ropajes morados y armados con extrañas herramientas con cadenas. ¡Y lo peor es que esa gente tenia a dos hombres encadenados! Esta gentuza les dio algo a esos hombres y estos a cambio les entregaron a uno de los hombres. Entonces me fui corriendo, por miedo a que me pillaran.


Port Reff

-Si a eso le sumas sus costumbres, sus horribles cuchicheos, su forma de ocultar su piel... ¿Hacen falta más pruebas que esas, viajero? Ayudanos a apresarlos hasta que venga nuestro hijo con el alcalde. Por Sigmar, como si no tuvieramos bastante con el ahorcado de esta mañana.


La triada de viejos empezó a dar pequeños pasos hacia atrás, no parecian con ganas de dejarse condenar por brujos, fueran culpables o no. Sea cual sea la reacción del cazador, seguramente hechen a huir de un momento a otro.
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Heinz Stolzer

Heinz pensó muy poco tiempo lo que tenía entre manos. Una vez más, su naturaleza impulsiva y su odio traumático, actuaron en lugar de su raciocinio. Colocó al caballo entre los campesinos y los tres viejos, y bajó rápidamente la ballesta, apuntando al viejo de en medio. Se irgió sobre el caballo, aparentando ser una figura imponente y amenazadora, mostrando todo su arsenal. Ahora sí que lo tenía claro: viejos que ocultaban su piel, que cuchicheaban, que se relacionaban con gentes de morados ropajes, armados con herramientas encadenadas y traficando cuerpos. No cabía duda. Eran nigromantes, los repugnantes aliados de los vampiros. Y no merecían destino distinto del de las criaturas de la noche.

- Ni se os ocurra huir, engendros. Vosotros sois tres viejos, y yo voy a lomos de un caballo, asiendo una ballesta. Que no se os pase por la cabeza correr, pues no sería más para mi que una fácil cacería. -ahora miró a su preciada ballesta- Estos virotes estan consagrados a Sigmar Todopoderoso. Aunque solo os hiera, moriríais, presas de la ira del Salvador. Y rezad porque no os alcance con mi espada, bendecida en el nombre de Verena la Justa, cuya sabiduría os castigaría por vuestros inhumanos e innombrables crímenes. Estais perdidos, engendros. No podréis huir.



FDI: Uso la habilidad de Intimidar, a ver si se quedan acojonadetes de mi discurso y mi pose molona, y si fallo, usaré suerte.
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La nieve comenzó a caer con violencia cuando Heinz Stolzer se propuso atrapar a los viejos. Sus amenazas consiguieron hacer efecto en dos de los ancianos de la triada, de los que uno resultó ser una mujer, pero el que parecia el cabecilla no dijo nada, mirando fijamente a los ojos al stirlandés.

No eran unos ojos normales. Era como si un ente de cientos y cientos de años te inspeccionara de arriba a abajo, con unos ojos transparentes que no reflejaban más que lo que ellos querian reflejar. El hombre, sin mediar palabra, cogió y te dió la espalda, mientras sus otros dos acompañantes se quedaban en el sitio, cuchicheando entre ellos y mirando con odio a los campesinos. Ya se estaba alejando el viejo de la mirada perdida, cuando entre la nieve se oyeron los gritos de saludo de un campesino bien fortachón junto con un cuarentón que a duras penas le seguia. Resultaba ser el hijo de los Reff, acompañado por el alcalde del pueblo, un tipo medio calvo y desgarbado, con aire de imbécil que no sabe dónde está.

Al llegar, el alcalde se queda pensativo, observando la escena mientras uno de los viejos se larga y los otros dos esperan a que alguien haga algo. Tras un empujón del campesino, el alcalde dice en voz alta mirando a los dos ancianos:

Alcalde de Tannfeld

-Esto... pues mirad... vamos a tener que quemaros...


Al cabo de unos segundos, se puede observar a lo lejos cinco hombres con antorchas que llegan a paso rápido desde el lejano pueblo mientras Ortiga se queja desesperadamente que uno de los viejos se larga, dando codazos al marido para que vaya detrás de él.
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Heinz Stolzer

El discurso, completamente improvisado y dicho sin pensar, pareció calar hondo en dos de aquellos viejos. Heinz se sintió ampliamente satisfecho, sin embargo, la mirada del que parecía el cabecilla, fría, profunda y antigua, le dejó momentaneamente paralizado. El viejo se dio la vuelta y se dispuso a marcharse de aquel lugar. Sin embargo, Heinz no pudo reaccionar. Se quedó ahí parado, mirando como se iba su presa. En aquel momento, dos hombres entraron en escena. Uno de ellos era un campesino, y el otro tenía cara de besugo.

De repente, tras las palabras del alcalde, Heinz volvió en si.

- Estoy de acuerdo. -dijo, y en ese momento, espoleó al caballo para que siguiese al viejo- ¡Tu! ¡Engendro! ¡Tienes una cita con Morr, detente ahora mismo!

En Heinz no había ni una sola duda. Si el viejo no se detenía, dispararía su ballesta. Tiraría a matar...
Última edición por Van Hoffman el 07 Ene 2009, 15:52, editado 1 vez en total.
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El cazador salió directo detrás del anciano, mientras el le insultaba con su ignorancia. Lo que el viejo seguramente no pensaria es que el Stirlandés llevaba mucho tiempo sin dormir, y no tenia la mente como para tomarse unas pastas y un té. Sacó la ballesta, paró la montura y apuntó cuidadosamente para que el disparo no fallara. Pulso el accionador de la ballesta y el mecanismo propulsó a toda velocidad la saeta, la cual iba desencaminada del objetivo.

O eso parecia, porque en el ultimo momento el viejo cambió el sentido de la marcha, metiendose en la trayectoria del proyectil, el cual se introdujo entre sus débiles costillas, haciendo el ruido que haria al partir un melón pasado. La suerte habia sonreido al cazador, pues el viejo no habia muerto (aun). Sin embargo, se debatia entre la vida y la muerte con el grueso palo clavado en su costado.

El anciano maldecia al cazador mientras echaba fuera su repugnante sangre, manchando el precioso suelo de aquel precioso territorio lleno de suciedad y barro. Al tiempo, dónde segundos antes habian estado discutiendo los ancianos, se encontraban ahora cinco hombres del pueblo. Parecian labradores, criadores de caballos o mayorales. No tardaron mucho en liarse a palos con los pobres ancianos, atandolos con sogas y clavando un palo en mitad de la pequeña hoguera ya moribunda. Uno de ellos decia al resto de convecinos:

-En Tannfeld no queremos brujos. Vais a pagar caro lo de aquella mujer. Y pensar que ahorcamos a ese viajero pensando que habia sido él... Vosotros pagareis también por eso.


Los compañeros del que hablaba ayduaron a amordazar a los ancianos, mientras les ofrecian bonitos golpes en la cara. Al tiempo, el alcalde les recitaba sus crimenes y sus derechos con increible animo y determinación:

Alcalde de Tannfeld

-Esto... Por el poder que me confiere la cámara del Gran Condado... Yo... Pues... Os mando a morir en la hoguera...


Mientras tanto, uno de los mayorales se acercó a dónde tu estabas con el viejo alfileteado, un tipo con una narizota más grande que sus orejas.

Segir Roklizt

-Gracias por ayudar a los Reff con el brujo. El pagará por los crimenes del pueblo, te lo aseguro. Y tu recibirás comida y refugio esta noche por tu hazaña, tambíen te lo aseguro, jajaja.


Te estrecha la mano

-Bienvenido a Tannfeld, me llamo Segir, de la mansión Roklizt. Si quieres un caballo mejor que ése que llevas, yo soy tu hombre. ¿Cómo te llamas?
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Heinz Stolzer

Heinz enfureció como no lo había hecho en mucho tiempo cuando el viejo no hizo caso de su advertencia. El stirlandés llevaba casi dos días sin dormir, había comido muy poco, estaba cansado hasta la extenuación y para colmo, tenía mucho que resolver en la ciudad. Heinz no estaba para ostias. Sin dudarlo un solo segundo, hizo frenar al caballo, y mientras acariciaba el accionador de la ballesta, apuntó cuidadosamente al viejo que se marchaba. Con firmeza, apretó el disparador, y el virote voló. A pesar de haber apuntado, el cansancio del cazador había hecho mella en su puntería, y el disparo parecía que iba a perderse. Sin embargo, Ranald, que parecía haberlo acompañado en las últimas horas, decidió bendecirle una vez más, y en el ultimo segundo, el viejo se interpuso entre el virote y la inmensidad del bosque. Todo pareció relentizarse mientras el virote recorría la corta distancia hasta clavarse entre las costillas y Heinz pudo escuchar, pese a todo, el "crac" que hizo al impactar.

El viejo cayó al suelo, imprecando. Heinz, satisfecho, se bajó del caballo, se colgó la ballesta a la espalda, y desenvainando la espada, se dirigió al lado del viejo. Le colocó la punta del arma en la garganta del anciano. Su mirada ya no era tan fría, ya no era tan profunda. Era la de un viejo asustado, que se encontraba cara a cara con el final de su larga vida.

- Te lo advertí, viejo. No puedes huir de tu castigo.

En aquel momento, los hombres del alcalde preparaban la hoguera, y capturaban a los otros dos viejos. Uno de los criadores de caballos se acercó y juntos llevaron al viejo herido a reunirse con sus secuaces. Tras aquello, se presentó como Segir, prestandose para ofrecerle al stirlandés comida, cama y una buena montura.

- Es un placer conocerte, Segir. Mi nombre es Heinz, me alegro de haber ayudado a purificar estas tierras. Estos engendros -dice mirando a la hoguera- no merecen otro destino. Será un honor compartir comida y refugio con vosotros, y me ayudará mucho que me proporciones una mejor montura que eso de ahi.

Heinz contempló con frialdad como los tres viejos se consumían en una espiral de fuego.
Última edición por Van Hoffman el 15 Ene 2009, 21:49, editado 1 vez en total.
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Madrugada del 28 de Ulricario de 2521. Nieve en Tannfeld.

Los mayorales del pueblo observaban como el primero de los brujos se consumia entre gritos y fuego. No lanzó ningun hechizo ni encantamiento, ni creo ninguna maldición postrera para sus captores. Sin embargo, eso no quitaba que fuera un brujo, tenia que serlo seguro.

-¿Y tú, te arrepientes de tus crimenes?- Espetó el alcalde a la mujer de la triada.

-¡¡Yo no 'e eho na'!! ¡¡No homo' b'uhos!!-Farfullaba la vieja desdentada, con lágrimas en los ojos e implorando perdón y justicia

Sin dejarla terminar, Segir le propinó una severa patada en la boca del estómago, haciendola callar al instante y mandándola al fuego purificador.
Por último, le tocó el turno al viejo al que Heinz habia dado caza. Aun conservaba el virote clavado en su cuerpo, como recuerdo para la otra vida, que le iba a tocar muy pronto. El alcale volvió a repetir su pregunta de nuevo:

-¿Te arrepientes tú de tus crimenes, brujo?-Gritó el alcalde, ante lo que el viejo agujereado respondió:
-Hi, me ahepiento. -Una coro de susurros inundó la pequeña congregación, mientras que el moribundo seguia- Me ahepiento de habe' pisao e'ta tieha ot'a vez. Me ahepiento de habe' tratao' con ehas gentes, lo' de lo traje' moraos. No queria comprale' esclavoh', pero lo nececitaba. Pero sobre to' me ahepiento de habe intentao quitale' la tieha a e'ta hente- Dijo señalando al matrimonio Reff.- y de usa' mala arte' pa conseguirlo.


Tras su confesión, una espada le atravesó el pecho y con la bota su dueño lapartó el cadaver al fuego. En Tannfeld creian en los juicios populares y en matar rápidamente a los confesos para no hacerlos sufrir. Todavia se oian los gritos de los otros dos viejos, con la piel tan ennegrecida como el mismisimo carbón.

Hasta que los crueles chillidos de sufrimiento pararon y solo quedaba de los culpables calcinados cadáveres ya carbonizados de lo que una vez fueron personas (y ahora no eran más que restos humeantes de cenizas) la gente no volvió a sus casas, pues ya no habia mas diversión purificadora. Fiel a su promesa, Segir Roklizt acompañó a Heinz a su casa adentro del pueblo. En su caballo, el cazador pudo apreciar en todo su esplendor la magnificencia del poblucho. Una plaza central, rodeada de tres tiendas, una para la comida, otra para los utensilios y cachibaches y una última para medicinas, todas cerradas por supuesto, y con dibujos en sus portones dependiendo de la dedicación que tuvieran. En la plaza también habia una gran vara de madera, recta hacia el cielo, de la que colgaba otra vara recia en horizontal. De ésta caia una enorme soga, y de la soga otro cadáver. Antes de que Heinz dijera nada, el mayoral le dió una explicación:

-Mira, ese tipo fue condenado por la violación y el asesinato de una muchacha joven, de la ciudad. Fue gracias a un viajero de otro pais, y que a duras penas se entendia lo que decia, que pudimos apresar a este tipo. Estaba con la manos en la masa, borracho perdido y con el cuerpo de la muchacha en su cama, con signos de haberla forzado. Se opuso a nosotros cuando fuimos a por él, y a un buen amigo mio le tiro una estocada que casi le mata. Pero el viajero extranjero nos ayudó, y pudimos reducirlo. Eso ocurrio ayer por la mañana. Ahora que hemos cazado a los brujos todo parece terminado, aunque esos tipos de trajes púrpuras no me tranquilizan precisamente.

Sin más, el cazador y el mayoral continuaron la marcha hasta la casa de éste último, una casita alejada del centro del pueblo y rodeada de tierras de pasto. Una vez dejaron los caballos en los establos, dónde Heinz pudo observar la buena calidad de los caballos que Segir ofrecia a precios competitivos con gran sonrisa, entraron en la casa dónde la mujer de Segir hacia la comida. Era una mujer entrada en carnes pero guapa a su manera. El estofado de carne que preparaba estaba delicioso, a pesar de la dificultad que entrañaba descubrir el animal del que procedia. Cuando estuvieron tranquilos, Segir le comentó a Heinz.

-Mañana por la mañana voy a entregar unos caballos a la capital, y de paso me gustaria avisar a la guardia de esos tipos de los que hablaba el viejo y del asesino que encontramos ayer, por si lo estaban buscando que paren. Sin embargo yo no soy de ciudad, y te pediria el favor, si es que vas alli, de que me dijeras dónde estan los sitios que busco. No tengo mucho tiempo que perder, y la ciudad es muy grande, al menos para un hombre como yo.

La nieve caia violenta afuera en los pastos. La protección de la casa era débil, pero unos cuantos leños ayudaban a extender el calor por ella. Te habian dicho que te tocaria dormir en los establos, pero eso era mil veces mejor que dormir en la interperie, lo cual supondria una muerte casi segura.
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Heinz Stolzer

Fuego. Siempre acababa siendo el fuego. El fuego lo quemaba todo, el fuego lo limpiaba todo, el fuego lo purificaba todo. Ya fueras un temible vampiro, un inmundo nigromante o un despreciable brujo, el fuego consumía tu carne y purificaba tu alma. Solo así, Sigmar te juzgaría con honradez.

Heinz contempló con frialdad como el primer viejo era consumido por las llamas. Los chillidos y gritos del aterrorizado anciando inundaron el pueblo. El olor a carne, pelo y tela quemada le llenó las fosas nasales, y él inspiró profundamente. El rostro del cazador no expresaba emoción alguna. Se limitaba a contemplar el danzante fuego mientras consumía al desdichado viejo. Poco después, el segundo anciano, la mujer, fue arrojada tambien a la hoguera. Sus gritos y chillidos de agonía se unieron al canto del anterior anciano. Heinz contempló el espectáculo con una inhumana sangre fría: las llamas danzaban al son de la tétrica música que eran los gritos de los viejos; las brillanes chispas saltaban de un lado a otro cuan acróbatas en un macábro circo de la muerte; el humo negro se alzaba hacia el reino de Morr tomando hermosas formas como tirabuzones o torbellinos.

Finalmente, le llegó el turno al anciano que había tratado de escapar. Heinz esperó verlo caer en la hoguera, removerse, chillar como un cerdo y verlo consumirse poco a poco. Pero no fue así. Cuando el alcalde le preguntó si se arrepentía, el brujo respondió afirmativamente. Se disculpó por haber vuelto a esas tierras, por haber tratado con los hombres de morados ropajes, de comprar esclavos y de tratar de arrebatarle la granja a los campesinos mediante malas artes. Durante unos segundos, se produjo un incómodo silencio, solo roto por los gritos agónicos de los dos ancianos que estaban siendo incinerados vivos. Repentinamente, una espada atravesó al viejo, y lo arrojaron, muerto, de una patada. A Heinz no le dio tiempo de saltar sobre el mayoral para impedirlo.

- ¿¡Qué habeis hecho!? ¡Os habeis creído sus mentiras! ¡Merecía morir quemado vivo en las llamas purificadoras! ¡Habéis cometido un grave error! ¡Ahora su negro espíritu se elevará y caerá como una maldición sobre vuestra aldea!

Heinz se retiró indignado de la hoguera. No sabía si era por superstición o por venganza, pero la rabia de no poder ver al viejo quemado vivo le hacía apretar fuertemente los puños. Cuando la hoguera y su alimento se extinguieron, Heinz ya había recuperado la calma, y la gente volvía a sus hogares. Segir le guió a su casa, pasando por la plaza del pueblo, en la que se había construído una horca improvisada, de la cual colgaba un cadáver. Heinz escuchó tranquilo la historia que le contaba el mayoral. El cazador asintió y no dijo nada más.

Finalmente, llegaron a la acogedora casa de Segir. Pasaron por los establos, donde Heinz pudo contemplar las maravillosas monturas que vendía el mayoral. Puede ser que los stirlandeses no fueran muy cultos, pero si de algo sabían, era de animales, y de caballos aún más. Fuertes cuartos traseros, crines cuidadas y perfectamente peinadas, figuras orgullosas, pezuñas limpias y armadas, y sillas de gran calidad. En efecto, eran unas piezas fantásticas.

Poco rato después, tras asearse minimamente, Heinz fue invitado a comer con los Roklizt. El estofado era exquisito y la cerveza, tibia. ¿Qué más podía pedir un stirlandés? Con el estomago lleno, y ya más tranquilos, Segir le comentó el plan para el día siguiente al cazador. Heinz no dijo nada hasta que el mayoral le acompañó al establo, donde iba a pasar la noche.

- Te doy las gracias por tu hospitalidad, querido Segir. Puede ser que sea cierto eso que dicen que los stirlandeses debemos aprender de las gentes de Averland -dijo sincero con una cortés sonrisa- Mañana pues, te acompañaré a la capital, y no te preocupes, yo me encargo de comunicarselo a la guardia, a no ser que prefieras que te acompañe y declarar tu mismo... -Heinz esperó a que el mayoral se dispusiese a marchar para abordarlo por última vez- Antes hablaste de un extranjero... ¿Podrías decirme cómo era?
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Segir Roklizt

-Claro. Era un tipo moreno, muy desaliñado, como si hubiera pasado una temporada larga viajando, ya me entiendes. Tenia un buen mostacho y el pelo muy sucio y rizado. No vino sólo, también iba con un tipo de la zona, delgado y pelirrojo, pero a ese le vi poco. A los dos dias de estar aqui denunció al asesino, nos ayudó a atraparlo y se largo del pueblo, por el camino que llevaba a Streissen.


Segir sacudió unas telas que cubrian la comida de los caballos, mientras andaba de un sitio a otro.

-Y no me des las gracias, los que deambulamos por los caminos estamos para ayudarnos, aunque aun no me has dicho a que te dedicas.

El mayoral no se quedó esperando una respuesta, cada uno tiene su vida privada, e intentar averiguarla no solo es estúpido, si no también una falta de educación.

-Espero que duermas bien aqui, si necesitas algo llamame. Cuando el mayoral apreció como el stirlandés miraba los caballos no pudo reprimirse.
-Tengo tres a la venta. Éste de aqui es una auténtica ganga- Decia mientras señalaba a un buen corcel de pelaje marrón y buen talle. - Deberia valer 100 coronas, pero a ti te lo dejaria por 90. También tengo un purasangre de esta comarca. Solo cuesta 85 coronas, y lo dejo tan barato para joder a la competencia. Para terminar, me queda un precioso corcel negro como el betún, jejeje. Cuesta 95, pero es que es una maravilla.

Al ver la cara de Heinz tras comentar los precios, el buen hombre se excusó. Todo el dinero no va para mi claro. Yo solo me encargo de venderlos y transportarlos. Es otro tipo el que los cuida, acicala, alimenta... Y hay que pagar forrajes y demás. Pero si no tienes dinero para tanto, siempre puedo hacerte una oferta especial. Hay un caballo que no suelo enseñar, pero tu me has caido bien. Es un regalo, pues te lo dejo no ya por 70 ni 60, ¡sino por 50 coronas!

-Tu piensatelo y si te interesa ya sabes, hazmelo saber.


Tras su explicación, Segir se dió media vuelta en dirección a la puerta, esperando que su reseña hiciera efecto.
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Heinz Stolzer

Heinz se acercó al purasangre averlandés, y con cariño y suavidad le acarició la crín. El caballo agachó levemente la cabeza, en señal de que aprovaba la caricia. El cazador esbozó una sonrisa amarga.

- Es una excelente pieza, sin duda. Un animal fuerte y orgulloso. Casi podría pasar por un purasangre stirlandés -dijo guiñandole un ojo al mayoral- Creo que sería abusar de tu amabilidad pedirte que me dejes algo de tiempo para poder reunir el dinero y poder pagarlo, pero te aseguro que esta preciosidad será mia, tarde o temprano.

El mayoral se dio la vuelta y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

- En fin, que pases buenas noches Segir.

El averlandés se marchó finalmente del establo, y Heinz acarició por última vez al magnífico animal.

- No te preocupes, pronto me acompañaras en mis viajes...

Heinz no se demoró más, y despojandose de todo lo que le molestaría, se echó en el rincón que le había preparado Segir. El stirlandés no tardó mucho en sucumbir al cansancio, y su sueño fue profundo.
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Mañana clara del 28 de Ulricario, 2521. Día frío y despejado en el Gran Condado.

Los rayos del sol impactaron en el soñoliento rostro de Heinz, el cual aun retozaba en el establo, que habia resultado ser tan cómodo como la mejor de las posadas. O eso le habia parecido al stirlandés, que tras dos dias sin dormir apenas nada, le habia venido como agua al sediento una noche de descanso reparador. Sin tener tiempo para despertarse, la puerta del establo se abrió lentamente, dejando pasar por ella a Segir y a un hombre de tez sonrojada y sonrisa amable. Segir se apresuró a presentar al hombre que le acompañaba.

Segir Roklizt

-¡Buenos días Heinz!-
Espetó el mayoral. -Espero que hayas dormido bien muchacho, con el frio que ha hecho fuera esta noche raro ha sido que no se haya congelado el portón. Quiero presentarte a un hombre que nos va a acompañar en el camino a Averheim. Se llama Lobt, y es un compañero de profesión. Con la situación actual, cuanto mas acompañados vayamos mejor.

Lobt te estrechó la mano con una mueca de entre felicidad y curiosidad infantil. Un tipo raro, pero no mucho más que el resto de averlandeses.

-En fin, tenemos trabajo que hacer-
Continuo Segir- Hay que sacar 10 caballos, atarlos y llevarlos lo más rápido posible. Quiero estar alli antes de la tarde. Puedes coger uno de los burros de la derecha, es dócil y fácil de montar.

Tras las presentaciones y los trabajos, los tres hombres marcharon hacia Averheim. El camino estaba nevado y era dificil pasar por él. Los caballos ralentizaban el camino en vez de hacerlo más confortable. Todo iba normal, hasta que en mitad del camino, tras tres horas de viaje, Lobt divisó algo a lo lejos.

-Creo que alli hay algo raro-
Comentó el mayoral.
Y era cierto. A unos 100 metros se podian divisar unos caballos muertos...
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Van Hoffman
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Mensaje por Van Hoffman »

Heinz Stolzer

El stirlandés dormia apaciblemente cuando un fuerte golpe y un grito le despertaron. Heinz se puso en pie perezosamente, y mientras escuchaba al mayorar, iba reuniendo su equipo. Se acercó a un cuenco con agua casi congelada y se lavó la cara. Con las manos aun mojadas, le estrechó la mano al mayoral de nombre Lobt.

Tardaron más tiempo del que al cazador le hubiera gustado gastar en atar a los caballos y preparar a sus monturas. Al respecto de eso, Segir le ofreció montar en un burro. ¡En un burro! Por cortesía, Heinz no exteriorizó la rabia ni mostró enfado, pero por dentro se sentía ofendido. Él, que había estado degustando y admirando los magnificos corceles del averlandés debia montar en un burro. Pero todavía quedaba algo de orgullo en Heinz, y eso le impedía montar en un burro. Tratando de no mostrar enfado ni descortesía, habló.

- Agradezco tu oferta, Segir -las palabras le escocían en la boca- pero prefiero continuar con el caballo que traía al llegar aqui -aquel viejo jamelgo no era mucho mejor o más rápido que un burro, pero seguía siendo un caballo.

Finalmente, y a lomos de aquella vieja bestia, Heinz acompañó en el viaje a los dos mayorales y a la decena de caballos. Fueron tres largas y aburridas horas, ayudando a tratar de controlar a los caballos mientras marchaban. Sin embargo, por fin parecia que algo interesante iba a pasar, pues Lobt había visto algo delante, algo que distinguieron como unos caballos muertos. Por fin algo de interés.

- Lobt, quedaté aqui con los caballos. Segir, adelantemonos a ver de que se trata.
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Mensaje por Saratai »

Segir y Heinz se separaron para inspeccionar los cadáveres de los caballos. Lo que no esperaban era lo que se iban a encontrar.

Cuando llegaron, entre la nieve y el barro semicongelado se encontraban cinco caballos y un hombre tendidos en el suelo, ya muertos y completamente helados. Cada cuerpo estaba notablemente separado del resto, lo que hizo que ambos hombres tuvieran que cabalgar un poco para ver cada cadaver. Al llegar al del hombre, el mayoral se hecho las manos a la cara.

No...tú no...

Entre sollozos te dijo que aquel hombre era un buen amigo del pueblo, y compañero de profesión tanto de él como de Lobt. Lo que no pudiste evitar fue percatarte de unas extrañas huellas que salian del camino, unas huellas demasiado grandes para ser de ningún animal conocido. La imagen de ''Gordo'' pasó fugaz por tu cabeza al recordar las monstruosidades que pueden crear las insidiosas deidades del Norte. Todos los animales parecian haber muerto axfisiados o congelados, pues no habian signos de violencia. Pero en el caso del hombre era distinto, pues un ligero reguero de sangre se habia mezclado con la nieve desde su cabeza, un hilo casi imperceptible entre la nieve.

Las extrañas huellas no habian sido avistadas por el mayoral, que apartaba el cuerpo de su vecino de aquel apartado camino, pero tu podias ver claramente como se desplazaban hacia el Este, en lo que a lo lejos parece una arboleda, aunque a esta distancia no podrias asegurarlo. Crees recordar que pasaste por alli hace unos dias, por un pueblo llamado Ruhgsdorf o Redsdorf, no estás seguro.

Mientras tanto, Lobt se acercaba curioso a la escena. No fue hasta que los caballos lo siguieron que uno de los potros jóvenes relinchó bruscamente. Cuando mirasteis hacia él visteis como caia al suelo con espasmos. Desde su posición Lobt os gritaba:

-¡Hay cepos por el camino! ¡Y más de uno, no lo entiendo, no tiene sentido! ¡Llevad cuidado!
Cerrado

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